sábado, 21 de junio de 2014

IÑIGO NORIEGA UNA VIDA DE LEYENDA (QUINTA GUADALUPE)


Lleva el nombre de una mujer que nunca llegó a verla terminada. Guadalupe Castro, la esposa de don Íñigo Noriega Laso, insigne empresario, bautizó y puso color mexicano al que es uno de los edificios más destacados de la arquitectura indiana de Asturias. La casa azul que refulge en Colombres, hoy convertida en Archivo de Indianos después de vivir mil historias y avatares.


 Esta villa de verdes y surtidos jardines en los que no faltan las palmeras ni otros árboles llegados del Nuevo Mundo, recibe hoy a turistas interesados en la arquitectura indiana y en la emigración que hizo posible esos esbeltos palacetes que se levantan a lo largo de la cornisa cantábrica. En el pasado, fue símbolo de ostentación y lujo, pero no llegó a ser, sin embargo, un auténtico hogar.

 La casa de veraneo que mandó construir Íñigo Noriega Laso, aquel chaval de Colombres que en 1867 tomó rumbo a México para hacer fortuna, nunca tuvo mucha vida. Pese a los muebles importados de Londres y París, las colecciones de pintura y porcelana y hasta la recargada decoración árabe del patio, lo cierto es que la casa apenas sí fue disfrutada por el indiano y los suyos. Y eso que la villa es más que un edificio de talla. Obra del arquitecto santanderino Lavin Casalis, uno de los mejores de la época, no es sólo un lugar confortable con todo tipo de servicios, no es sólo un palacete de inmensas escaleras y ricos artesonados, es también en cierta forma un retrato de la aventura de quien quiso levantar una casa en su pueblo después de hacer las Américas.


 Íñigo Noriega hizo mucho dinero en México, y su azarosa vida se tiñe de leyenda. Cuentan que su fortuna tuvo un principio de lo más peliculero: para burlar una ley que ordenaba el cierre de las puertas de las cantinas a las doce de la noche, optó por quitarlas de su establecimiento. Así de fácil. A grandes males, grandes soluciones debió pensar el de Colombres, que más tarde afrontó la difícil empresa de desecar el lago Chalco para hacer una gran explotación agrícola. Se hizo con haciendas, con minas, con fábricas de textiles, con ferrocarriles e incluso bautizó en el país azteca una ciudad con el nombre de su pueblo. Cuentan que era un hombre sin miedo, con el aire pendenciero del oeste americano al que nada se le ponía por delante. Pero además de negocios, también tuvo tiempo para otros menesteres. Guadalupe, la mujer con la que se casó, le dio once hijos, aunque dicen las malas lenguas que pudo llegar a ser padre de un centenar de críos, a siete de los cuales reconoció en su lecho de muerte.

 El caso es que ese hombre osado -que, por cierto, tuvo como patrón en una de sus minas a Emiliano Zapata y cuando visitaba la hacienda, el revolucionario era el encargado de sujetarle el estribo- tenía grandes amistades en el México de la época, empezando por el presidente. Porfirio Díaz nunca llegó a visitar Colombres pese a que la casa siempre estuvo preparada y llena de sirvientes para recibirle.


Era Noriega un hombre fiel al presidente que montó un sinfín de compañías e incluso se encargó de construir el ferrocarril entre Puebla y Ciudad de México. Con su propio ejército y con una de las mayores fortunas de la segunda mitad del siglo XIX, la revolución acabó en 1913 con su suerte y comenzó su decadencia. Vio cómo expropiaban sus bienes y tuvo incluso que emigrar a Nueva York, antes de morir en 1920 después de construir una casa espléndida que casi no disfrutó.
Claro que antes de que todo eso ocurriera dejó huella en su pueblo. «Cuando se construyó la casa, Colombres era una aldea que no tenía servicios de ningún tipo»...  «A partir de la casa se construyeron los servicios de alcantarillado, de agua, de electricidad... Colombres llegó a tener los mismos servicios que Oviedo o Santander, algo que era realmente increíble para un pueblo hace cien años».


Y es que Colombres, aunque con más arquitectura indiana que mostrar, ha crecido con esa casa que oculta en sus paredes mucho más de lo que parece de la aventura americana. Están sus piedras llenas de simbolismos que retratan la vida y milagros de su dueño. El comercio, la industria, la agricultura, la mar, América y Asturias están presentes en la decoración a través de alegorías, como una mujer con una rueda dentada, que representa el mundo fabril, y se puede ver en el frontón. Hay más guiños en la quinta que incluso ofrece un itinerario geográfico que va desde Asturias a América y que muestra el mar -con especial presencia en toda la casa- y alusiones a la navegación. Son infinidad los detalles grabados en estucos o relieves y todos tienen un porqué.


 El caso es que tanta ornamentación, tanto derroche y tantas habitaciones, balcones y vidrieras en una casa azul que tenía hasta un cuarto de madreñas, no las gozó don Íñigo, sino otros, los que llegaron después. A su muerte, se convirtió la finca en un sanatorio neuropsiquiátrico. «El sanatorio Quinta Guadalupe cumple sobradamente todas las condiciones de higiene y de confort que exige la índole de padecimientos a cuyo tratamiento se destina», se leía un folleto de los años veinte que anunciaba los servicios de un lugar idílico, «situado en plena campiña y sobre una hermosa altiplanicie de 200 metros de elevación sobre el nivel del mar...». Todo un lujo, sin duda, con precios nada asequibles: «En primera clase, 25, 30, 40 y 50 pesetas diarias según habitación».

Pero el viejo inmueble que por fin fue habitado aún tenía más avatares por vivir. No se quedó en clínica y se convirtió después en orfanato hasta que, en 1986, se creó la Fundación Archivo de Indianos,

Fuente visitada www.elcomercio.es

martes, 10 de junio de 2014

EL EUCALIPTO EN ASTURIAS


Aproximadamente el 20% de la superficie arbolada de Asturias son plantaciones de eucaliptos. En total ronda las 60.000 hectáreas. El “ocalito” (nombre asturiano del eucalipto) en la primera mitad del siglo XX era un extraño en nuestras tierras.


En la década de los 50 comenzó a extenderse por tierras de labor que ya no se trabajaban o praderas que ya no servían de pastizal. En el año 1989 la superficie alcanza las 34.000 hectáreas. En 1996 las 50.000. En el 2.000 ya era la especie dominante con 71.407 hectáreas (según datos del tercer Inventario Forestal Nacional), aunque un reciente estudio encargado por la Consejería de Medio Rural al Indurot de la Universidad de Oviedo cifra la superficie en torno a las 60.000 hectáreas. En cualquier caso estamos hablando de cifras muy elevadas tanto sean 71.407 hectáreas como 60.000 hectáreas.


En la actualidad, y según el propio Plan Forestal de Asturias, la superficie arbolada de la región es de más de 300.000 hectáreas, de las que como dijimos anteriormente en torno a 60.000-70.000 son de eucalipto, después el castaño se encuentra en cifras similares en torno a las 70.000 hectáreas, el haya 56.000, los robledales 40.000, los pinares 36.000, y mucho más lejos están bosques tan propios de Asturias en tiempos pretéritos como los bosques de ribera con 10.000 o los abedulares con 16.000.


Cualquiera que recorra Asturias por la costa, de oriente a occidente, de Llanes a Vegadeo, prácticamente no verá más paisaje que el de plantaciones y plantaciones de eucaliptos. Se da el caso de algunos municipios como San Tirso de Abres, Gozón o Soto del Barco en el que casi el 100% de su superficie arbolada son eucaliptos; o Gijón con 3.000 hectáreas de arbolado y más de 2.000 de eucalipto; o Villaviciosa con 6.300 hectáreas de eucalipto de las 9.000 arboladas que posee. Y así podríamos seguir y seguir con prácticamente todos los municipios costeros.


Otro dato importante a tener en cuenta a la hora de valorar la situación es el número de metros cúbicos de madera que se extraen del monte. En ese sentido, de los 695.000 metros explotados el año pasado, 472.000 lo fueron de eucalipto, la media de los últimos años es un 74% de toda la madera cortada en Asturias. 

Fuente visitada. coordinadoraecoloxista.org

miércoles, 4 de junio de 2014

HISTORIA DE RIBADESELLA.


Antes de ser conquistada por Augusto en el año 19 a. C., el río Sella era la frontera natural entre las tribus cántabras y astures, que fueron las últimas de la Península en caer en manos de Roma. En el siglo I a. C. Estrabón menciona el río Saelia, Sella, y escribe que los habitantes de Ribadesella eran los salaenos, un grupo de la subtribu cántabra de los Orgenomescos, y sus poblados eran Octaviolca y Noega, llamado Noega Ucesia por Ptolomeo. Tras la derrota asturcántabra, Ribadesella quedó dentro de la provincia Tarraconense, aunque el Sella siguió siendo frontera, pues quedó como línea de separación entre los "conventus" Asturum y Cluniensis. De la época romana se conservan en el Museo Arqueológico de Asturias dos estelas funerarias antropomorfas halladas en El Forniellu.


Las primeras escrituras medievales sobre Ribadesella se remontan al año 834, un documento de donación a la iglesia de propiedades en Torre Felgarias (Torre), Calabriezes (Calabrez) y Tezánicos (Tezangos). La villa aún no existía y la población altomedieval residía seguramente en las laderas de la Cuesta y del Cuetu de San Juan. Los documentos de donación a la iglesia abundan algo más en los siglos X, XI y XII, y en ellos se mencionan muchas aldeas, fincas, cotos, molinos, salinas y pesquerías en el Sella. La iglesia, fortalecida, comienza a construir a principios del siglo XIII los templos románicos de San Esteban de Leces, San Salvador de Moru y Santa María de Xuncu. La monarquía castellano-leonesa también quiere fortalecer sus dominios y, con la guerra de reconquista ya lejos, va creando núcleos de protección real, dotándolos de fueros, leyes, mercado y gobierno. Aunque la carta-puebla se ha perdido, el concejo de Ribadesella fue creado oficialmente en 1270 por Alfonso X El Sabio, que ordenó reunir los territorios de Melorda y Leduas (Meluerda y Leces) y formar un solo alfoz que abarcara ambas márgenes del Sella, una unidad que se ha mantenido hasta hoy.


En los siglos XIV y XV la nobleza se crece, le disputa los privilegios a la corona y varias familias nobiliarias se hacen con la propiedad de los recursos económicos y de los cargos de gobierno de Ribadesella, hasta que a finales del siglo XV intervienen los Reyes Católicos y desalojan de la villa a los Condes de Luna, dándoles una fuerte suma de dinero y enviándolos fuera de Asturias. Lo mismo hicieron con Llanes, Cangas de Narcea y Tineo, por lo que Ribadesella y estas villas fueron llamadas desde entonces Las Cuatro Sacadas. Los principales recursos medievales tienen relación directa con el puerto, pues son el comercio marítimo, la importación de sal, la pesca del salmón en la ría, la pesca de bajura, la industria salazonera y la caza de la ballena. La industria ballenera tuvo gran importancia sobre todo en la Alta Edad Media, y hubo una factoría en la playa cuyos restos, conocidos como La Casa de las Ballenas, llegaron hasta el siglo XVIII. El topónimo La Atalaya, en la villa, también remite al pasado ballenero. La importación de sal, sujeta a monopolio y concesión real de alfolí, fue también un negocio rentable y codiciado por la nobleza, del que incluso sacaba beneficios la iglesia a través de un impuesto de 28 fanegas por barco descargado.


En 1517 visitó la villa el emperador Carlos I de España (y V de Alemania), que viniendo de Gante desembarcó en Villaviciosa y viajó por tierra hacia Cantabria y Valladolid. Para entrar en la villa dio el séquito un rodeo hasta el vado del Alisal, pues sus caballos se asustaban en la barca pasaje, y en sus dos días de estancia en Ribadesella fue agasajado por el pueblo con una exhibición militar, danzas y toros, según escribe Laurent Vital, cronista del emperador y autor de una magnífica estampa de la vida local de comienzos del siglo XVI. En 1673 los hidalgos de Ribadesella se unieron para comprar al rey los oficios de Justicia y Regimiento, que estaban acaparados por una familia, y desde entonces hasta el siglo XIX el concejo se rigió por un estricto sistema electoral rotatorio entre los tres distritos municipales, LaVilla, Cuesta en Fuera y Llende el Agua.


Fuente visitada. www.ayto-ribadesella.es