martes, 5 de junio de 2012

LOS BOSQUES OLVIDADOS



 El bosque de Muniellos constituye un paradigma de conservación: preserva casi inalterada la estructura del ecosistema y evoluciona sin apenas intervención humana desde hace décadas. Es uno de los últimos bosques naturales de Europa. Otras forestas, más influidas por el hombre, están protegidas en el interior de los parques naturales. Se trata, principalmente, de bosques de montaña: hayedos, robledales albares y algunos melojares, quejigares y carrascales. Estos últimos, las tejedas y los alcornocales vestigiales del Occidente también disfrutan de amparo legal, al menos sobre el papel -la tejeda del Sueve, la mayor de Europa, está abandonada a su suerte-, en tanto los árboles dominantes en cada uno de ellos están declarados especies protegidas. Las alisedas atlánticas figuran en la lista de hábitat prioritarios de la Unión Europea, una condición que obliga a adoptar medidas de conservación y restauración de las mismas (lo que no evita la destrucción o la alteración de muchas de ellas). Pero hay otros bosques totalmente desprotegidos, olvidados por los gestores del patrimonio natural. Son las carbayedas (hoy transformadas en bosques mixtos) y los bosques frescos, las dos formaciones forestales que caracterizaban el paisaje vegetal de las zonas litorales y de valle -hasta unos 800 metros de altitud- antes de su profunda transformación, primero agrícola y ganadera y, andando el tiempo, por obras de infraestructuras y urbanizaciones.

Las carbayedas o bosques mixtos -estos últimos, compuestos por carbayos, castaños y abedules, en proporciones variables- tienen su óptimo en suelos ácidos y pobres del Occidente y, en menor medida, del centro de la región, mientras que los bosques frescos de fresnos y avellanos -con mezcla de arces, olmos, abedules, cerezos y otros árboles caducifolios- se desarrollan en suelos calizos, ricos y húmedos, a menudo en contacto con cursos fluviales (y, por tanto, con bosques de ribera), del Oriente y, secundariamente, del centro de Asturias. Ambos bosques ocupan situaciones apetecidas por la agricultura y de fácil acceso, lo que propició históricamente su sustitución por cultivos y su explotación maderera y ha favorecido, asimismo, la proliferación de incendios, el reemplazo del arbolado natural por especies foráneas (pinos y eucaliptos), la selección de su composición (para favorecer al castaño, productor de madera y de frutos) y, en las últimas décadas, la urbanización residencial e industrial y el trazado de carreteras en dichos territorios.



 Este proceso de destrucción, fragmentación y alteración de los bosques mixtos y frescos persiste en la actualidad, sin que se haya arbitrado ninguna medida para conservar siquiera algún vestigio de esa cubierta forestal tan representativa de la denominada provincia cantabroatlántica, que se extiende entre la ría de Aveiro y la Bretaña francesa a lo largo del norte de Portugal, Galicia y el litoral cantábrico. La pérdida atañe, además, a la fauna, pues muchas especies dependen de esos bosques. Más aún, no sólo se tala indiscriminadamente (y para comprobarlo basta con mirar a los lados al atravesar el pandemonio de puentes y enlaces en construcción de la Autovía del Cantábrico a su paso por Siero), sino que se está deforestando ahora, en plena temporada de cría. Nada lo impide. Obviamente, tampoco la (in)sensibilidad de las administraciones responsables.

 Se pierden los bosques mixtos y los bosques frescos, como se pierde, también, la campiña atlántica, por la profunda humanización de los territorios más bajos y llanos de Asturias, que parecen ajenos a cualquier medida de conservación. La vetusta carbayeda del Tragamón (Gijón) lleva camino de convertirse, muy pronto, en una reliquia.


Luis Mario Arce.

Fuente visitada. www.lne.es

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