martes, 25 de junio de 2013

LOS MOLINOS DE CORRORIU - QUIRÓS


Un tramo de la calzada que unía tierras de León con la costa gijonesa (Noega o Gigia) por los montes de Quirós y que se conoce ahora como “Camín de las Reliquias” (pues por ella se salvaron los tesoros de la Catedral de Oviedo, en época musulmana), está ahora señalizada como sendero de gran recorrido GR-207 y se puede hacer con cierta facilidad. Curiosamente la inefable Red de Caminos Naturales que promueven las autoridades medioambientales asturianas y españolas va casi paralela a ella por la nueva y prolongada Senda del Oso en tierras quirosanas, lo que puede inducir algo a la confusión. Las señales de esta última son de color granate y las de la antigua calzada romana o Camín de Trobaniellu (y Ventana) son color verde; lo que aclaramos para evitar despistes.

En la parte intermedia de esta vía histórica, hay unos molinos de agua, en buen estado, aunque en desuso, que merece la pena visitar en una corta caminata por esta antigua calzada. No son como los afamados Molinos de la Veiga, en tierras pravianas de Cañedo (en plena “Ruta de los Marineros”), aún en uso, pero estos molinos quirosanos, llamados de Corroriu, al igual que el bello río que los forma, si deben de ser conocidos, en la esperanza que se cuiden y conserven, como un patrimonio cultural y natural importante, en medio de un maravilloso bosque de castaños, entre otras especies arbóreas y arbustivas (por ejemplo avellanos).

La caminata puede ser corta, de poco más de una hora, si se parte de Coañana y algo menos si se sale de la Vega de Arrojo (Arroxu); y puede ser en plan de travesía de un punto a otro o ir y venir por el mismo camino, lógicamente. En el trayecto desde Coañana, primero se pasa por los restos del antiguo castillo de Alba, pequeña fortaleza para vigilancia de la calzada, así como por la capilla del Santo Angel (y su gran tejo), junto al pueblo de Faedo; y todo el recorrido es en medio de un hermoso bosque de especies autóctonas. Arriba, a la derecha, al Oeste, nos queda la sierra de Sobia (y la maravillosa braña de corros de Canchongo, con un lago citado también por Jovellanos) y un poco más al Noroeste, la sierra o Picu Gorrión, refugio de osos y lobos… Delante se alza el embalse y foz de Valdemurio; y, a la derecha, al Este, la Peña Alba y la Peña El Sairón.

Tras dejar Faedo, en un cruce, se abandona momentáneamente la calzada para seguir por un camino, conocido por El Castañeo, dado que abundan estos árboles y las “cuerrias”, que es el que nos conduce a los Molinos de Corroriu. A ellos se llega en pocos minutos (la senda sube y baja con frecuencia) y allí se pueden apreciar los tres molinos harineros, sus viejos canales y las compuertas de madera para dar paso al agua, de uno a otro molino; así como el caudaloso y hermoso río de igual nombre. Muy próxima a ellos está ya la carretera que va a Fresnedo (Fresnéu). En este pueblo se cultiva aún la escanda y se produce artesanalmente el famoso queso de Bota (Queisu de Bota).

El paseo montaraz se puede iniciar también en Vega de Arrojo, o en Faedo, o Fresnedo, cerca de San Salvador y La Fabrica… En recorrer todo este itinerario se tardará algo más de un par de horas, a paso suave. Y, si nos sentimos con fuerzas, podríamos seguir paseando por la llamada Senda del Oso o por este camino histórico (GR-207). También merece la pena recorrer el tramo empedrado desde el pueblo de Fresnedo a Villagondú (cercano a Vega de Arrojo), pero este está muy abandonado y es más pendiente.


Si nos decidimos por iniciar la caminata en Coañana, podemos ver la iglesia de Santiago, el palacio de Alvarez Manzano, la casona-palacio de Don Rogelio y los restos del citado Castillo de Alba… En la capital quirosana está el museo etnográfico de Quirós. Y, al final de la ruta, se puede ver, en Arrojo, la restaurada iglesia románica de San Pedro de Arrojo, que ahora los lugareños llaman también, tras la modernización de su entorno San Pedro del Regodón (o “San Regodón de Arroxo”) por los curiosos muros de piedras construidos por destacados expertos culturales. Junto esta antiquísima iglesia pasa el camino histórico o calzada romana que traíamos (GR-207) y que continúa en dirección a Pedroveya (y Bermiego y Puerto de Andrúas); por donde podríamos seguir paseando, si nos sentimos con fuerzas y ánimos.

DATOS Y CONSEJOS VISITAS CULTURALES:
·         Capillas e iglesias de Bárzana, Faedo y Coañana
·         Iglesia de San Pedro de Arrojo
·         Palacios de Coañana
·         Museo Etnográfico de Quirós
·         Capilla de la Virgen de Alba
·         Restos de calzada romana
·         Molinos de Corroriu
·         Restos del castillo de Alba

COMO LLEGAR:

Por la carretera regional AS-229. En Bárzana tomar la carretera a Coañana,
donde se deja el coche. También de se va por Vega de Arrojo. 

 Fuente visitada. .descubreasturias.com

viernes, 21 de junio de 2013

LOS RABELES DE CALEAO (CASO)



Las luces escasas que se van encendiendo al atardecer, una a una, poco a poco, detrás de las ventanas dan fe de la vida limitada que le queda a Caleao cuando no hay a la vista un fin de semana, un puente festivo o unas vacaciones. Al fondo del desfiladero estrecho donde se enrisca la localidad casina, entre casas reparadas, cuadras transformadas en segundas residencias, piedra como nueva y pulcros corredores de madera, los recuerdos de aquel otro pueblo menos moderno y más bullicioso vienen acompañados con música de cuerda. Su banda sonora es el sonido agudo que sale de la cuerda del rabel, el instrumento autóctono de esta aldea, una laboriosa tradición de pastores transformados en luthiers improvisados de cabaña y horas muertas al cargo del ganado en la montaña, de guardianes de una costumbre que el paso de los años difundió con el nombre de bandurria y el correr del tiempo ha diluido casi por completo. Casi. Todavía no del todo.
Aún queda en Caliao la memoria y el empeño de conseguir que no se pierda definitivamente la banda sonora de las celebraciones populares, la música de la vieja bandurria de madera tallada que se toca con arco y que un panel plantado en la plaza de Caleao cita entre las costumbre históricas más permanentes del pueblo otorgándole un origen impreciso con «reminiscencias medievales».

Desiderio Fernández no es de aquí, pero aquí se ha incorporado con decisión al grupo de los conservadores de tradiciones. Turonés trasplantado por matrimonio en la montaña casina, nunca ha aprendido a sacar melodías de las tres cuerdas del rabel, pero lleva construyéndolos artesanalmente casi el mismo tiempo que ha vivido en la localidad casina. Desde que descubrió que existían y quiso copiarlos hasta que hoy ha quedado, admite con pesar, como el único fabricante del pueblo.

Fernández recibe en el patio de su casa en Caliao con un muestrario de sus tallas de madera, ahí unos cuadros de motivos variados, más allá un bodegón, la cabeza de perro que fue su primer trabajo, una zapica y cuatro rabeles, incluido uno que innova respecto al modelo tradicional porque está fabricado a partir de una sartén. «Siempre pregunto y nadie es capaz de adivinar de qué está hecho», apunta, pero fuera de alguna extravagancia las bandurrias se hacen ahora en su casa «como se han hecho siempre en Caleao», con los instrumentos y las materias primas que los pastores de este pueblo han tenido siempre más a mano. La caja se hace trabajando la madera, a partir de una sola pieza de roble, castaño o nogal, explica, y cuanto más fina mejor para la pureza del sonido.

La cubierta es piel de cordero «fijada con taquinos de madera»; las tres cuerdas, de tripa; el «restriellu» o puente que las sujeta, de hueso, y el arco, que tiene en el extremo un mecanismo para tensarse, de ramas de avellano y cerdas de cola de caballo. Del macho, aclara Fernández, y «nunca de yegua» por una razón puramente fisiológica: «Las hembras las orinan y las dejan inservibles». Pero su gran hecho diferencial, la marca de la casa, son las tallas que decoran el reverso de la caja.

Una lástima, concede el artesano, que en estas montañas ya ni afinando el oído se oiga el eco agudo del rabel. Que hoy, y como hoy casi siempre, la banda sonora la ponga algunos días el murmullo de turistas y visitantes ocasionales y el resto del tiempo el silencio.

MARCOS PALICIO / Caleao (Caso)

Fuente visitada. lne.es/polas/caleao

sábado, 15 de junio de 2013

LLANES - LOS TEJEROS - LA XÍRIGA


En la Edad Media, estas tierras eran llamadas tierras del Aguilar (y la villa de Llanes Puebla de Aguilar), su centro administrativo estaba en el castillo de Soberrón, situado en la sierra del Cuera, donde aún afloran sus restos, La ordenación del territorio está repartida entre las instituciones religiosas, así el monasterio de San Salvador de Celorio del siglo XII y la nobleza local como don Alfonso Suárez y doña Cristilde figuran al frente de un gran patrimonio. Alfonso IX concede posiblemente en 1225 la carta puebla a Llanes como un modo de potenciar las defensas de estas tierras. Más tarde Alfonso X el Sabio concede nuevo fuero a la villa. Todo el núcleo estaba rodeado por una muralla lo que indica su carácter defensivo. Dicha muralla, iniciada por Alfonso X, se termina en el siglo XV. Este núcleo se consolida rápidamente entre los siglos XIII y XIV, donde ya tenía entre 1.000 y 1.500 habitantes trasladándose a Llanes las funciones administrativas y militares. Alfonso XI les concede el privilegio de hacer dos ferias anuales, también este rey les concede su propio alfolí de la sal, ya que Llanes por estas fechas tenía un pujante puerto. Sus naves llaniscas llegaban a los puertos andaluces, portugueses, franceses, flamencos o ingleses. Este privilegio fue rescindido por los Reyes Católicos en1493. En esta época en el terminó concejil de Llanes su ganadería y agricultura era un pilar muy básico en su economía.


 En los siglos XIII y XIV, este concejo mantendría relaciones de hermandad con León y Castilla como un modo de defensa hacia los abusos de la nobleza, ya que esta villa pasaría por distintas manos, así Enrique II la pasaría a su hijo bastardo don Alfonso, conde de Noreña. Después de varias disputas entre el conde y la corona, éste es vencido y el concejo de Llanes recupera su condición de concejo de realengo.


En el siglo XV, Juan II donó esta villa y la de Ribadesella a don Diego Fernández de Quiñónez, en compensación por la confiscación de otras villas suyas, esta familia sería expulsada de Asturias por el futuro rey Enrique IV debido a sus disputas constantes con la corona, incorporándose de nuevo al realengo con los Reyes Católicos en 1490. En estas fechas Llanes, sufrió dos grandes incendios.


En los siglos XVI y XVII, destaca la gran influencia del monasterio benedictino de Celorio y del gran florecimiento de la actividad pesquera y comercial que vivió el puerto llanisco.

En Llanes se formaron unos profesionales de la teja de ladrillo que llegaron a ser muy populares y cuyo trabajo era apreciado y requerido no sólo en Asturias sino en León. Salían de esta localidad en grupos o cuadrillas en el mes de mayo para dirigirse a las brañas o aldeas que habían solicitado su faena; regresaban al hogar en el mes de septiembre. Llevaban consigo las herramientas necesarias para la fabricación de las tejas que se producía en el mismo lugar donde tenían el pedido. La gente de las aldeas o de las brañas ayudaba cortando el vegetal para la combustión en el horno y llevaban el barro necesario. Los tejeros fabricaban de forma intensiva tejas, ladrillos y si era necesario también baldosas. La presencia de estos tejeros está relacionada con el retroceso del uso de los teitos vegetales. Muchas de las cabañas que necesitaban un teito nuevo eran cubiertas con teja pues empezaba a haber grandes dificultades para encontrar buenos teiteros.


 Entre el grupo de tejeros se encontraban maestros, oficiales y aprendices. Igual que suele ocurrir en la mayoría de los oficios especiales, estos trabajadores llegaron a tener su propia jerga, conocida con el nombre de xíriga. La existencia de los tejeros de Llanes aparece documentada en siglo XVIII en el Catastro de Ensenada donde se hace un recuento de 950 tejeros:


La Marcha de los Teyeros

Frescas mañanas de Abril, alegrinas y risueñas
cuando los malvises cantan y cuando el alba clarea,
van llastiendo los teyeros, caminin de la teyera.
Todos los años lo mismo, al llegar la primavera
camino que bien conocen, nuestros mozos de la aldea.
Pasan el puertu Pontón y tambien el de Payares,
de Bárcena, Piedeconcha, los teyerinos de Llanes.
Y por tierras de León, de Burgos y de Palencia,
de Vizcaya y las Riberas del Arlanzón y Pisuerga,
allá se van nuestros mozos, a trabayar la teyera.
Y cuando llegan al pueblu onde el tajo les espera,
lo primero que visitan, ¡la casa la tabernera!
Pasan la noche cantando y bebiendo de primera
pe la mañana temprano se van a "parar" la era.
Ya que empieza la faena que dura todo el verano;
unos sacan el "llagar" y otros a cabar el barru.
El pienche cuexe enseguida el puestu de la cocina;
el tendedor, el "cadobau" ya está dispuesto en la era;
el maserista, la "marca" y prepara la masera.
Como suele jacer friu temprano por la mañana,
se van a cabar el barru cuando salen de la cama.
Cuando ya caban un rato, el sol a atizar empieza,
van a sacar el "llagar" y el piche a poner la almuerza.
Despues de almorzar, arroz o sopas o lo que sea,
se ponen a sobar barru, pa mudalo pa la era.
A las doce, los garbanzos que están duros, por supuestu
porque a cocelos el pinche, casi que núnca i da tiempu.
Acabada la comida, a eso de las cinco y media
se hace un alto en el trabajo, es hora de la merienda,
mandan al pinche a por pan, tocino, y de la que venga
triga la bota de vino, pa rematar la faena.
Ya despues de merendar, enseguida pa la era,
recoxer el material hasta la hora de la cena.
Cuando ya es noche cerrada todos se van a cenar
y enseguida...pa la cama, que tienen que madrugar.
Y asi un dia y otro dia...y semana tras semana...
se les va pasando el tiempo lejos de a tierra amada.
Recuerdan las romerias...que saben fecha por fecha
cuando cae Sta. Marina, el Carmen, S. Pedru, La Madalena,
la romeria de S. Roque con el concursu en la Vega...
y la danza de S. Juan en los jardines de Nueva.
Y allí baju un sol de juebu, sin tener ningún descansu
trabayando como negros, pasa despaciu el veranu.
Por S. Miguel o el Rosario, más o menos e la fecha
que se despiden del gorre y llasten pa la so tierra.
Bien chupidos de chacurras los pliegues de la cartera...
Que si hay un buen "samartin" pa suavizar la puchera
pa ir pasando la vida lo menos mal que se pueda.
Y poder ir a las fiestas, aquellas pocas que quedan.
Y regresar guapamente al llau de la so morena
echar una cana al aire, el dia de la Candelera...
en la fiesta de Loreto y en la Salud de Carreña.
Y con los mozos del valle, amigos de armar quimera
ninguno pueda decir, de buena o mala manera:
que un teyeru estebo gachu, ni achantau,
entre xente de buen tratu, de fulixa y jaranera.

Pedro el del Conceyu


Fuente visitada.
Wikipedia.
telecable.es

miércoles, 12 de junio de 2013

LA TRAVESÍA DEL CAPITÁN OCHOA EN EL FAVORITA


La travesía del capitán Ochoa ha sido relatada por Jesús Evaristo Casariego en diversos artículos y en el libro «Asturias y la mar». El capitán Rafael Ochoa era de Luarca y, según Casariego, «gastaba patillas, levita azul con botón de ancla y gorra galoneada con visera de carey. El piloto se apellidaba Menéndez y el "nostramo"... no se sabe cómo se llamaba el "nostramo", con su pito de plata al cuello y su marsellesa con botones de ballena». La tripulación, marineros expertos naturalmente. Fuertes marineros cantábricos, «curtidos en el peligro y avanzados en las luchas del mar». El viento y ellos hicieron posible la hazaña.


El bergantín «Favorita» pertenecía al armador Bonifacio López, que tenía una flota de veleros con nombres muy de la época: «Triunfo», «Joven Teresina», «Joven Benigna», con los que traficaba con los puertos de América y de Levante. Había sido construido por el maestro carpintero de ribera Rosendo Díez, más conocido por «Rosendón», en 1866, y era un «clipper» cortador de las aguas, «verdadero lebrel de la pampa marina», según entusiasta apreciación de Casariego, de dos palos y unas trescientas toneladas. «Estaba pintado de negro» -describe Casariego- «con una franja blanca, en batería, y unas portas artilleras imitadas de color chocolate. Su principal característica era la altura enorme de sus palos (la guinda), con masteleros y mastelerillos, que le permitían largar tanto trapo como para hacer un toldo que cubriese toda la concha y hasta la misma villa de Luarca, desde el faro al molino». Hasta el verano de 1869 había cargado las mercancías habituales con las que traficaba don Bonifacio López: azúcar, tabaco, petróleo, canela, jengibre, sal, vinos, harina, maquinaria, carbón y frutas secas.


El 21 de agosto de 1869 zarpó del puerto de Filadelfia con cargamento de petróleo y algodón y dieciséis pasajeros. La navegación se inició con viento del N. O., no muy fresco y a veces duro, que acompañó durante toda la travesía, y fue ayuda decisiva junto con las buenas condiciones marineras del buque y el valor y determinación del capitán, que en toda la travesía no toco el aparejo ni para tomar un rizo, de manera que, como escribió uno de los pasajeros, Juan Fernández y Pérez Casariego en carta particular, «venimos como por el aire, casi siempre mojados por lo que saltaba la mar a cubierta». El 7 de septiembre doblan la Estaca y el «Favorita» se pone a la vista de Luarca el día 8, al atardecer. En la villa se celebraba la fiesta de la Blanca, y al saberse la rapidez con que se había efectuado la travesía, el armador invitó al capitán, al piloto, a la tripulación y al pasaje a un festín que fue calificado como «de romanos». Un olvidado marino de Luarca, tal vez sin pretenderlo, consiguió algo que hoy importa mucho: el primer «récord» de velocidad en la travesía del océano Atlántico.


Fuente visitada. www.lne.es

domingo, 9 de junio de 2013

LA PITA PINTA ASTURIANA



 La pita pinta asturiana.
Por Benedicto Cuervo Álvarez.

Su nombre hace referencia a su fenotipo. Se puede afirmar que se trata de un claro exponente del tronco Atlántico. Una de las ventajas de la gallina asturiana, de tronco Atlántico frente a las de tronco mediterráneo, es que cogen más peso y cuando finalizan su vida útil de ponedoras superan los cuatro kilos y son excelentes para caldo. No ocurre lo mismo con las otras, mucho más huesudas. La Pita Pinta Asturiana es de tamaño medio, semipesado, con orejillas de color roja, rústica y vivaz. Presenta, como propias, cuatro variedades de color dentro de su raza: Pinta en negro, pinta roxa, negra y blanca y de doble aptitud. Produce carne de buena calidad y huevos en cantidad interesante como campera.

Del origen e implantación en el Principado de Asturias de esta raza no hay referencias literarias conocidas, aunque se pueden considerar algunas tallas en madera encontradas en hórreos antiguos, como es el caso de las halladas en San Pedro de Corias o en la localidad de Piedeloro (Candás). Pero lo que hace suponer que esta gallina ha estado presente en la totalidad del territorio asturiano son dos circunstancias: 1. Los primeros ejemplares fueron localizados en lugares muy distantes geográficamente y repartidos por toda la región. 2. Tanto los primeros propietarios, como la gente de más edad que hoy en día ve la raza Pita Pinta Asturiana coinciden en los mismos comentarios: “Estes pites criábanse enantes”, “ Son les pites que sacaba mío güela. ” (Estas gallinas se criaban antes / Son las gallinas que criaba mi abuela).


Esta raza, originaria de Asturias y ampliamente distribuida en el medio rural asturiano, debido al auge que en los años 50 y 60 del siglo pasado tuvieron los híbridos industriales, fue barrida literalmente de su territorio. Práctica- mente desaparecida, se inicia su recuperación entre 1980 y 1990 gracias a la labor realizada por el veterinario y biólogo Rafael Eguiño Marcos, quien recorre toda la geografía asturiana en busca de gallinas de tronco Atlántico. La mayoría de los gallineros en los que aparecieron animales de este tipo se encontraron en lugares muy apartados donde la comunicación con los circuitos comerciales era escasa, pero la razón aducida por sus propietarios no era ésa sino la de que: “Las gallinas de granja pintan mal.” (Las gallinas de granja enferman fácilmente.) O bien eran las gallinas que siempre se habían criado en la casa; ésta última razón más aducida en las zonas costeras, mejor comunicadas y de clima benigno.


Especialmente adaptada al clima asturiano, no sufre por la falta de sol ni el exceso de humedad. En cuanto a las características productivas y sistema de explotación la gallina Pita Pinta Asturiana tiene una aptitud sobresaliente en la producción de huevos como gallina campera. La puesta media es de 140 huevos/gallina/ año, con un peso medio de 62 grs. Cabe destacar su longevidad, manteniendo la puesta hasta los 4-5 años de edad, llegando a vivir hasta los 7 años. Como productora de carne destaca su calidad, dando lugar a lo que se cono- ce como “Pitu de Caleya” (criado en libertad), que se corresponde con gallos de más de un año. Los huevos de la gallina Pita Pinta Asturiana son de un color crema tostado y muy suave al tacto. Cada huevo pesa entre los 60 - 65 gr. El peso del ave varía entre el macho y la hembra. El gallo pesa entre 4-5 kg., mientras que la gallina no suele superar los 3 kg. Esta especie de ave es igual de buena como productora de carne que de huevos. Su plumaje característico ha hecho que aumente su interés como animal ornamental.

Fuente visitada. waste.ideal.es/gallinaasturiana

viernes, 7 de junio de 2013

EL PAISAJE DE SOMAO


Desde lo alto de La Peñona, a 491 metros, es posible contemplar la privilegiada ubicación del pueblo de Somao, enmarcado en la desembocadura del Nalón. Sus tierras pertenecen al concejo de Pravia, aunque por razones eclesiásticas se integra en la parroquia de Muros de Nalón, de modo que sus habitantes viven a caballo entre ambos concejos.


 La localidad de Muros de Nalón se encuentra a tan sólo 1 kilómetro, por eso la falta de equipamientos comerciales que tiene Somao no es un inconveniente para sus habitantes. A cambio tienen un paraje excepcional, mezcla de pueblo rural tradicional con ciertos aires cosmopolitas que le aportan las casas de indianos.


La huella de los que en el s.XIX emigraron a América, principalmente a Cuba, está a la vista en el pueblo de Somao. Se fueron lejos de su tierra, algunos regresaron con grandes capitales que invirtieron en Somao, otros con sumas de menor cuantía pero con igual deseo de contribuir a la mejora de su territorio. Y así, las generaciones siguientes han enclavado sus raíces en esta tierra fértil.


La conservación y el cuidado de este entorno ha sido la principal preocupación de sus vecinos, hasta que a finales de los años noventa se aprobó el Plan Especial de protección urbanística de Somao. Este ha permitido que lo construido en Somao conservase la armonía establecida desde hace muchas décadas, perdurando el aspecto cuidado de esta localidad.


Somao, o Somado, como también la denominan, tiene personalidad jurídica propia, ya que se encuadra en lo que conocemos como Parroquia Rural. Nació al amparo de la ley 11/86, del 20 de noviembre, que reconoce a estas figuras que solamente se encuentran en tres comunidades autónomas de España: Galicia, Cataluña y Asturias. Sus habitantes, se distribuyen por los diferentes barrios de la Parroquia: La Cruzada, la Eta, La Azafil, La Grandamena, El Marciel, La Marroquina, El Palomar, La Peña, La Reigada, Santolaya, y Somao.


La mayor parte de la población trabaja en otros concejos, con lo cual su fuente de ingresos prácticamente se reduce a lo obtenido con la gestión forestal de las 400 hectáreas de monte que posee en propiedad. De esta extensión, la mayor parte se corresponde con bosques, pinos y eucaliptos; y otros de castaño, roble y abedul. La gestión de los recursos forestales se lleva a cabo a través de un convenio con la Consejería de Medio Rural y Pesca y los beneficios destinados a la Parroquia sirven para realizar obras de distinta naturaleza: asfaltado de carreteras, alumbrado público, mantenimiento de fuentes, el pago de diferentes servicios, la puesta en marcha de actividades culturales, etc.


Las áreas recreativas de La Peñona y de Monteagudo, dos pequeñas cumbres de este territorio, inmersas en zonas boscosas, permiten disfrutar de la naturaleza con unas vistas espectaculares de todo el entorno. La disponibilidad de agua, mesas, bancos y parrillas hace que sean dos parajes muy frecuentados por quienes desean disfrutar de una tranquilidad excepcional.


 Fuente visitada. Revista Fusión Asturias

miércoles, 5 de junio de 2013

LA COMIDA EN LA ASTURIAS DEL S. XVI



El recuerdo del paso de Carlos I por Asturias (con motivo del centenario de su nacimiento) ha planteado en Colombres la pregunta de qué comería durante su estancia en estas tierras y, en consecuencia, cómo sería la dieta de los asturianos en aquella época, comienzos del siglo XVI. Porque debe tenerse en cuenta que durante la primera noche de navegación, a la salida de Flesinga se incendia una de las cuarenta naves de la gran flota real, precisamente la que transportaba las caballerías y los cocineros, por lo que el rey (que es como le denomina su cronista Laurent Vital, aunque todavía no lo fuera) y quienes le acompañaban, hubieron de alimentarse con lo que era la alimentación normal de los asturianos de aquel tiempo.
Debe tenerse en cuenta también que Asturias era una tierra pobre y aislada, y, por tanto, mal abastecida: el gran problema de Asturias por aquel tiempo, y hasta hace poco, fue el de los aprovisionamientos. En Colunga, Vital (cronista, por lo demás, de buena conformidad, si lo comparamos con nuestros escritores clásicos, que tanto denostaron las posadas de su tiempo, o con los viajeros de los siglos XVIII y, sobre todo, XIX) se queja de que en aquella tierra no se pueden obtener las comodidades más elementales ni por más dinero de lo que valieran.

No obstante, Vital reconoce que «el que va por los campos, de un país a otro está sujeto a los alojamientos tal como los puede hallar: unas veces buenos, otras muy malos».


Desde luego, don Carlos y su séquito, al desembarcar en Asturias. No podían ni soñar con ser recibidos con los banquetes con los que fueron despedidos en Flandes, algunos, como el que se dio en Bruselas con motivo de las fiestas del Toisón de Oro, de magnificencia medieval. Aunque ven tierra en Tazones, prefieren tomar tierra en Villaviciosa, suponiendo que, por ser mayor, estará mejor abastecida. Pero una vez en ella, apenas encuentran qué cenar, por lo que han de improvisar una tortilla, con huevos y carne de cerdo.

Corre una leyenda, difundida, entre otros, por don Constantino Cabal, sobre que a don Carlos le sirvieron sardinas, y él, aunque le gustaron de primer sabor, las despreció cuando se enteró de que era tal su abundancia que las aprovechaban para cuchar los campos. Al día siguiente, los señores y gobernadores de la villa obsequiaron a don Carlos con seis vacas, veinticuatro corderos, doce cestos de pan blanco y varios pellejos de vino.

En Nueva de Llanes, el rey comió en la torre de San Jorge, pero el intendente Boisset, que da la noticia, no especifica qué comió. En Llanes vuelven a entregarle pan y vino, y muchos cortesanos enfermaron (dice, eufemísticamente, Vital) a causa del vino. Es de notar que en todas partes le dan al rey vino y no sidra; sin duda, los asturianos de aquella época consideraban que la sidra no era bebida apropiada para el paladar de un rey. Al llegar a Colombres encontraron «la comida dispuesta», y al día siguiente, antes de marchar, desayunaron bien.


Cien años después de este viaje escribe el P. Luis Alfonso de Carvallo las «Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias», libro hiperbólico donde los haya. En él se destaca y ponderada mucha fertilidad de Asturias y su tierra, la mucha caza y pesca, y buena huerta. De creer a Carvallo, Asturias nadaba en la abundancia a comienzos del siglo XVII. Todavía a finales del siglo XVIII, Bruno Fernández Cepeda insiste en esa supuesta abundancia:

(“ Hai la llebre en cualquier matu, / la perdiz en cualquier bardia, / la arrea en cualquier regón / (...) Hay pescades como borra, / xardón a taca retaca, / congrios a trompa talega. “)

Pero la realidad era muy otra. Según Feijoo, la dieta del campesino asturiano consistía en «un poco de pan negro, acompañado de algún lacticinio o de alguna legumbre vil, pero todo en tan escasa cantidad que hay quienes apenas una vez en la vida se levantan saciados de la mesa». Ahora bien: como apunta Vital, si los labradores trabajaran la tierra como se debe, ésta igualaría en Fertilidad a la de Flandes.


La llegada del maíz de América supuso un gran refuerzo alimentario, o mismo que la difusión del pote, en el siglo XVIII. El consumo de la patata no se generaliza hasta el primer tercio del siglo XIX, por oposición eclesiástica, y sustituye en el pote, con éxito, a nabos y castañas. Sin maíz, sin patatas, sin trigo, sin aceite, con vino escaso, la cocina asturiana que conoció don Carlos era pobre y poco variada, fundamentada en el mejor de los casos en el cerdo la leche.

La cocina asturiana, hoy prestigiosa, no adquiere ese prestigio hasta el siglo XIX, e incluso hasta bien entrado en siglo XX, según Post-Thebussem.

( Ignacio Gracia Noriega La Nueva España • 10 octubre 2000 )

 Fuente visitada. ignaciogracianoriega.net

domingo, 2 de junio de 2013

EL CERDO ASTURCELTA


El cerdo asturcelta.
Por Benedicto Cuervo Álvarez.

El cerdo asturcelta (en asturiano gochu’l país). Como su propio nombre indica, se trata de la raza porcina autóctona del Principado de Asturias, estando encuadrada filogenéticamente, además, con una población adscrita al antiguo Tronco Celta, emparentado con otras razas de este mismo tronco como son: Craonesa, la normanda, la bretona, y la alsalciana, (de Francia), la flamenca, hesbignon y la ardanesa (Bélgica), el jutland y el seeland (Dinamarca) o la polonesa (Rusia).

En bastantes castros asturianos, como el de la Campa de Torres, en Gijón o el de Cellagú, en Oviedo, se han encontrado multitud de restos óseos del cerdo asturcelta, lo que demuestra que este animal formaba parte de su dieta alimenticia. En el s. I. a. C, Estrabón elogia los jamones del cerdo cantábrico que hacían competencia a los jamones de la Cerretania (La Cerdaña). A principios del siglo XVII, en 1622 , Luis de Valdés en sus “Memorias de Asturias”, dice: “Hay una gran cantidad de jabalíes por los montes al igual que de gochos (cerdos) criados con bellotas del roble y de castañas por lo cual su tocino es sabrosísimo cocido porque es fibra, pero no es tan bueno asado, ya que no tiene el gordor del de Castilla”. En la mayor parte de las parroquias asturianas, ya desde el siglo XVIII, las Juntas Vecinales dictaban normas sobre los cerdos asturceltas para que fuesen colocadas unas anillas en el hocico y así no remover el suelo del monte. A la gente que no cumplían con estas normas, se les imponían fuertes multas.

Los cerdos asturceltas son animales rústicos, ágiles, con buena aptitud para la marcha por su fuerte aparato locomotor que le permite recorrer grandes distancias en el pastoreo. En su día, la raza se distribuía por toda la geografía asturiana. A mediados del siglo XVIII en el Catastro del Marqués de la Ensenada se informa de la existencia en Asturias de 278. 448 cerdos. Un siglo más tarde, a mediados del siglo XIX, en el Diccio-nario geográfico de Pascual Madoz, señala que el total de la cabaña porcina en Asturias era de unos 250. 000 ejemplares. Sabemos, gracias a Félix de Aramburu, que a finales del siglo XIX, el cerdo asturcelta era muy abundante todavía en Asturias. En su “Monografía de Asturias”, publicada en Oviedo, en 1898, señala que, en ese mismo año, había censados 134. 955 ejemplares en todo el Principado.

Este animal estuvo muy unido a la vida rural asturiana, pero debido a las introducciones de otras razas más beneficiosas comercialmente el número de ejemplares descendió hasta llegar al punto de casi su extinción. La capa más frecuente en el siglo XIX y primeros del XX debía ser negra, pero hoy se encuentran capas de color blanco, negro o manchado (pezu o brazalbo). Puede considerarse que, hasta el primer tercio del siglo XX, el cerdo asturcelta estaba distribuido por todo el territorio asturiano, estando presente en todas las caserías asturianas, contribuyendo al sistema alimenticio de subsistencia imperante, hasta hace apenas medio siglo, en el medio rural astur.

Las características morfológicas más importantes del cerdo astur-celta son que se trata de animales de perfil subcóncavo, cabeza grande, ancha y alargada. Ojos pequeños. Orejas largas, caídas y dirigidas hacia delante. Jeta ancha. Cuello estrecho y largo. Tronco largo, costillar aplanado, con línea dorso-lumbar algo arqueada y estrecha; anca caída y costillar aplanado. La longitud, de la nuca al nacimiento del rabo llega al metro y medio. Musculatura de tipo rústico. Piel gruesa con abundantes cerdas, largas y fuertes. Extremidades largas y huesudas terminando en unas pezuñas duras. Rabo muy largo, sin enroscar y con cerdas en el extremo. El color de estos animales es prietu (negro), blanco y pezu o brazalbo (con manchas), nunca rojo. En cuanto a alzada, alcanza los 100 cm. El peso de los animales adultos oscila entre 180 y 230 Kg. en las hembras y entre 230 y 280 Kg. en los machos. Según Alberto Baranda: “La mejor forma de explotación pasa por la cría al aire libre con una alimentación adecuada durante el crecimiento y un acabado a base de bellotas, castañas y otros productos del monte para el engorde del ganado porcino para la producción de carne en sistemas de explotación extensivos, donde, generalmente, los animales de fase de cebo se finalizan aprovechando los recursos naturales de su entorno, lo cual confiere a su carne una elevada calidad”.

Así, pues, gracias a su gran rusticidad y adaptación al medio en el que habita, la raza se cría al aire libre, correspondiéndose con sistemas de explotación de bajo coste, al tratar de optimizar el aprovechamiento de los recursos naturales del medio mediante pastoreo, además de la complementación con ración suplementaria a base de cereales y leguminosas, normalmente, en forma de torta o harina. La mejor finalización del cebo se consigue con el aprovechamiento de bellotas, castañas y otros productos del monte, responsables de gran parte de la consecución de la calidad de la carne que estos animales atesoran. Sobre la alimentación la Asociación de Criadores del Gochu Astucelta, precisa aún más y nos dice lo siguiente: “Por lo general se le daba de comer dos veces al día, una hacia el medio día y otra al atardecer; la base de la alimentación eran las lavanzas, producto de la limpieza de la vajilla, a la que se le añadían las mondaduras de la patata -cocida o sin cocerpatatas comidas por los ratones, picadas o medio podres; trozos de pan, de tortas de maíz, de cebada. Todo esto se echaba en la artesa.

También comían nabos y remo lacha, que se sembraba casi exclusivamente para ellos; manojos de berzas, maíz en verde o panojas, hojas de avellano, gamones y ortigas que se segaban y se cocían para añadirlas a las lavazas y por supuesto hayucos, bellotas y castañas, que muchos les daban peladas pues afirmaban que de este modo engordaban más”. Los productos obtenidos, tras la matanza del cerdo asturcelta, se destinan a la conservación por humo (ahumados) o por salazón (salmuera). Entre los ahumados están los embuchados: Chorizos, sabadiegos, longaniza, morcillas, choscos, costillas, el rabadal. De los obtenidos en salmuera: El tocino, los jamones, o los lacones.

 Fuente visitada. waste.ideal.es/cerdoasturiano