sábado, 20 de julio de 2013

LA DESAPARICIÓN DE LOS BALAGARES


El paisaje de Asturias se está transformando. Los cambios en los modos de explotación agrícolas están ocasionando también variaciones en la imagen tradicional de Asturias. Dos de las estampas más representativas del Principado, reproducidas en pintura una y mil veces, eran las de familias afanadas en la recogida de la hierba y la de los balagares que salpicaban toda la geografía de la comunidad. Hoy esta imagen tradicional de Asturias es cada vez más infrecuente y la varas de hierba prácticamente han desaparecido de las praderías asturianas.


Todas las faenas relacionadas con la recogida de la hierba están indisolublemente ligadas al campo asturiano. Toda la familia se concentraba con la llegada del calor para colaborar en la siega de los praos, a los que se sumaban vecinos de otras caserías.

La colaboración en las faenas agrícolas y ganaderas siempre ha marcado el ritmo de explotación del medio rural. Tras la jornada todos disfrutaban de una merienda conjunta en recompensa por el trabajo realizado.


Desde finales del siglo XIX y principios del XX se produjo en Asturias un cambio lento, pero paulatino con consecuencias sobre el paisaje. La explotación lechera fue cobrando auge y los campos de maíz y fabes dejaron paso lentamente a las praderías destinadas a la producción de hierba para alimentar a la cada vez más abundante cabaña ganadera.

Y así los montones de hierba secando para convertirse después en alimento del ganado constituyeron durante décadas una de las imágenes más tradicionales del campo asturiano. Los balagares han sido uno de los motivos más frecuentes en la pintura asturiana.


El campesino transformó cada vez con más frecuencia sus antiguos campos de cultivo en praderías. En los balagares se almacenaba la hierba para secarla antes de ser trasladada a las cuadras. Miles de balagares daban forma al paisaje asturiano, desde el Cabo Peñas hasta los puertos de montaña del sur de la región, de oriente a occidente. En cambio hoy ya es difícil ver estos balagares, sustituidos por una sucesión de plásticos de diferentes colores, aunque domina el negro, que han sustituido a las varas de hierba y que, aunque puedan resultar más útiles, están acabando con una de las imágenes más tradicionales de Asturias.


Los ganaderos aseguran que la hierba se conserva mejor en estos silos y la recogida es menos laboriosa. El campo gana en efectividad, algo contra lo que nadie puede estar en contra. Sin embargo, se está perdiendo uno de los elementos estéticos y etnográficos más representativos de Asturias. Sin ánimo de ir contra el progreso, sería interesante buscar algún tipo de alternativa, y del mismo modo que se establecen ayudas para favorecer la conservación del patrimonio arquitectónico y cultural de la comunidad, pensar en algún tipo de apoyo que contribuya a evitar la desaparición de los tradicionales balagares. La frase tener ‘más hierba que tenada’ fue frecuente en algunos tiempos. Se refería a las limitaciones de espacio de algunos ganaderos para almacenar la hierba en los pajares.

De esta necesidad nacieron los balagares, una solución que consistía en plantar una vara de seis o siete metros de altura, enterrada aproximadamente un metro en la tierra, en torno a la cual se situaban algunas ramas con el fin de evitar la humedad para a partir de ahí apilar la hierba. De los que colaboraban en la faena unos se dedicaban a ir subiendo la hierba mientras que otros la pisaban para compactarla.

El diámetro de la vara se mantenía más o menos fijo primero para después ir disminuyendo y recibir así una forma de pera. El objetivo era facilitar que el agua resbalase. Con esta solución sólo corría el riesgo de estropearse la hierba situada en la parte exterior, mientras que el resto se conservaba en buenas condiciones durante el invierno.

Para evitar que el agua se colase por la parte de arriba se enroscaba la hierba hasta conseguir una especie de cordón que se introducía por la parte superior de la vara, apretado contra la hierba. En algunos sitios recibía el nombre de rodiellu. En ocasiones se utilizaba un plástico para realizar esta función. La última tarea era peinar la vara, pasaban el rastrillo de dientes o garabatu de arriba a abajo para favorecer la caída del agua. Es el mismo sistema que se utiliza en los teitos para impedir la retención de la humedad. El ganadero, a medida que la iba necesitando para alimentar a las vacas o cuando fuese disponiendo de sitio en la tenada, la iba trasladando a su explotación. Desde los años noventa los bolos de hierba han ido ganando terreno hasta prácticamente haber acabado con los balagares.

La presión del trabajo es cada vez más intensa, el número de cabezas de ganado por explotación aumenta, según destaca Jorge Mochales, del Museo Etnográfico del Oriente de Asturias, y sólo es posible hacer frente a los retos que se presentan con una mecanización cada vez mayor.

Pero además la presión turística también está contribuyendo a modificar el aspecto del medio rural asturiano. Las urbanizaciones se extienden por la marina asturiana, acabando en parte con la arquitectura tradicional. El campo se abandona y la maleza gana terreno, con el consiguiente aumento de riesgo de incendios.


El paisaje se transforma y no siempre para bien. Es necesario reflexionar sobre esta cuestión y adoptar las medidas necesarias para evitar que los valores etnográficos de Asturias se pierdan irremediablemente.


 Fuente visitada. .lahoradeasturias.com

1 comentario:

  1. Hola Marisa,muy buen reportaje,la verdad es que se esta acabando con todo lo tradicional. saludos.

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