martes, 31 de enero de 2012

Hermanos Guilhou


El Café Anglais, en París, fue uno de los restaurantes más elegantes en la Francia del Segundo Imperio y a él acudían los aristócratas a presumir y los banqueros a cerrar negocios de alto nivel. Una noche cenaba en el suntuoso local el duque de Abrantes, todavía joven e impetuoso, cuando observó que al comensal de al lado le servían unos riñones «a la brochette». Inmediatamente hizo notar su disgusto ordenando al camarero en voz alta para que todo el mundo pudiese oírlo que le cambiase a otra mesa «alejada de aquel señor que es capaz de comer eso a la hora de cenar». El cliente pareció no sentirse ofendido y siguió dando buena cuenta del plato de vísceras, luego pidió su cuenta y al salir se acercó a la mesa del duque insolente: «Señor, usted no come riñones, pero seguro que se quiere batir conmigo por la mañana». Todas las miradas se posaron en el retado que no pudo hacer otra cosa que aceptar.

El de los riñones resultó ser un experto duelista y al amanecer no tuvo problema en atravesar al duque de Abrantes con una estocada que le mantuvo tres meses apartado de la circulación. Pues bien, la anécdota define a uno de los personajes que mantuvieron estrecha relación con Louis Guilhou y su hermano Numa antes de que éste se decidiese a adquirir las obsoletas instalaciones de Mieres para transformarlas en su fábrica.

La biografía de Numa Guilhou, aún pendiente de un trabajo serio, está llena de sorpresas. Casi siempre se resuelven sus orígenes comentando en dos líneas que procedía de una familia de comerciantes de lana de Mazamet, una ciudad cercana a Toulouse y se da a entender que labró poco a poco su fortuna, pero se olvida que tanto él como su hermano Louis llegaron a España poseyendo ya una enorme fortuna heredada. En 1848 Louis, que había fundado en Madrid su propia compañía de negocios, era capaz de adquirir una gran extensión de terreno en la zona de Chamartín, convencido del futuro de la zona, y abrir varios establecimientos comerciales, entre ellos una tahona y una fábrica de curtidos en la calle Platerías, en pleno centro de la capital, mandando construir de paso su espléndida residencia ajardinada, la llamada «Quinta San Enrique», que hoy es propiedad de la ONCE.

El 28 de enero de 1856, unos meses antes de que Numa consiguiese hacerse con las instalaciones de Mieres que transformaría en su fábrica, se promulgó la ley de Sociedades Anónimas permitiendo la entrada en España de las compañías de crédito extranjeras. Fueron cuatro las que aprovecharon la oportunidad y en todas había capital francés. Entre ellas estaba la Compañía General de Crédito en España, un proyecto muy ambicioso en el que colaboraron los Guilhou desde un principio, figurando en su primer consejo de administración, que celebró el 30 de mayo del mismo año su junta constituyente, contando con la asistencia del gobernador de la provincia de Madrid. El consejo quedó presidido por el duque de Abrantes y en él figuraba Louis Guilhou como administrador y director de otros veinte consejeros entre los que se encontraban un príncipe, cuatro condes, dos marqueses, políticos y varios banqueros galos, uno de ellos el propio Numa Guilhou.

La Compañía General de Crédito abrió pronto sucursales en varias capitales españolas y también en La Habana y París y mantuvo negocios tradicionales como las finanzas, las aseguradoras y las minas, junto a otros más modernos, con grandes posibilidades, pero mucho más arriesgados: los ferrocarriles y las fábricas de gas. Adquirió yacimientos minerales de plomo en Jaén, Granada y Córdoba, y de carbón en León y Palencia, llegando a participar en el préstamo de importantes sumas al Gobierno de la nación, pero su mayor apuesta fueron las vías férreas a las que se destinaron grandes sumas para la línea andaluza de Sevilla a Jerez y las catalanas de Tarragona-Reus-Montblanc y posteriormente Lérida-Reus-Tarragona.

El capital social de esta línea era de 8.550.000 pesetas dividido en 18.000 acciones de 475; la Compañía General adquiría desde el principio 6.000, otra sociedad regional, Borrás, Canals y Cía., se quedaba con 1.000 y un tercer bloque de 800 era asumido personalmente por Louis Guilhou. También en el primer Consejo de la Sociedad del Ferrocarril de Sevilla a Jerez, que se amplió más tarde con otra vía de Puerto Real a Cádiz, estaban los dos hermanos. Su presidente era el marques de Alcañices, pero Louis Guilhou volvía a figurar como director y Numa ejercía la representación en París.

Y éstas no eran su únicas relaciones con el mundo del ferrocarril, ya que los dos banqueros controlaban en Francia la denominada «Compagnie des Chemins de fer des Charentes» mediante su propia empresa «Les fils de Guilhou jeune». Respecto al nombre de esta empresa, se ha escrito a menudo «jeunes» (jóvenes) lo que se traduciría como «jóvenes hijos de Guilhou», pero realmente en los documentos de la época la palabra se escribe siempre en singular, por lo que sería más correcto «hijos del joven Guilhou».

Volviendo a su preferencia por las vías férreas, ésta fue precisamente la causa de su ruina, ya que les hizo ir más allá de sus posibilidades, asumiendo unos riesgos que llevaron a la sociedad a la suspensión de pagos. Las primeras dificultades serias aparecieron a mediados de 1862 y pudieron sortearse con altibajos hasta que finalmente en septiembre de 1864 se tuvo que declarar la quiebra que incluyó el episodio de la huida del responsable financiero Alfred Prost, un notable al que se le había concedido en mayo de 1856 la Orden de Isabel la Católica por haber aportado 42 millones de reales de su propio capital en uno de aquellos préstamos al Estado que cité más arriba.

Desconozco el motivo por el que los Guilhou quisieron o tuvieron que hacerse cargo del ruinoso negocio, pero me consta por las noticias que fue publicando sobre el asunto «Le Journal de Toulouse» que dos años más tarde aún mantenían el litigio con los accionistas en los juzgados parisinos.

Un aspecto que resulta interesante es el sistema de financiación mixto desarrollado por los dos hermanos en sus empresas, muy similar en todos los casos y que también fue el que emplearon para adquirir y renovar la fabrica de Numa en Mieres. La Compañía General de Crédito se había fundado con un capital social elevadísimo para la época, 399 millones de reales, repartido en 210.000 acciones de 1.900 reales cada una, aunque realmente nunca se llegaría a desembolsar más de un tercio de esa cantidad; pero para los ferrocarriles andaluces habían preferido dividir el capital inicial en acciones y obligaciones de dos tipos, unas reembolsables a 47 años y otras a 97 que producían un generoso interés anual. Así la Compañía de Crédito y «Les fils de Guilhou jeune» garantizaban solidariamente 48.125.000 francos que se completaban con una subvención estatal.

Siguiendo este sistema, la Sociedad Hullera y Metalúrgica de Asturias, que luego se convertiría en Fábrica de Mieres, nació legalmente el 11 de mayo de 1861 en el despacho de los notarios parisinos Rousset y Simón con la suma del capital repartido en ocho millones de francos en acciones y 7 millones en obligaciones de 250 francos. La sociedad se constituía por 90 años y la suscripción la abrían directamente «Les fils de Guilhou jeune» desde sus oficinas bancarias del número 50 de la rue de Provence en París.

En este caso las obligaciones eran reembolsables en 47 años a partir de 1865 al doble de su valor y entre tanto daban un interés anual de 15 francos, lo que las convertía en muy interesantes; la publicidad de la empresa se encargaba además de adornar el proyecto, que en este caso y afortunadamente para los mierenses tuvo éxito. La Sociedad Hullera partía de varias propiedades repartidas por las Cuencas: en Mieres estaban las forjas, un alto horno y las minas de carbón que lo abastecían, formando un conjunto que según los cálculos expuestos por Numa Guihou había cerrado el ejercicio de 1859 con un beneficio de 250.000 francos; también se contaba con las minas de Siero y Langreo, que habían pertenecido a las antiguas concesiones Aguado y las acerías de Lena. Eran un total de 50 concesiones hulleras repartidas en 4.000 hectáreas a las que había que sumar otro paquete financiero de nuevo vinculado al mundo de los trenes: nada menos que 10.467 acciones del ferrocarril de Langreo que en aquel momento les daban el control de más de la mitad de la empresa.

Fuente visitada.
.lne.es/secciones/noticia

3 comentarios:

  1. Muy interesante. Desconocía el origen de Fábrica de Mieres.
    Un saludo.

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  2. Muy, pero muy interesante, esto es historia asturiana.

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  3. Interesante historia del origen de la industria de mi pueblo.
    Por cierto, si el paisanu del principio de la historia llega a estar comiendo callos, el otro remilgao igual le suelta una hostia.

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