Parece ser que, a veces, dejaban caer sobre la toca dos largas pieles de oveja que descendían hasta la altura de la cintura, dejando tan sólo una pequeña abertura al nivel de los ojos. Llevaban, además, en todos los casos, un largo palo de avellano, generalmente, y próximo a los tres metros de longitud, que utilizándolo a modo de pértiga les permitía realizar espaciados saltos. El ruido de los cencerros provocado por el más simple movimiento, se convertía en estruendo al compás de saltos.
En su cordial relación con los vecinos de su parroquia se sabe que los sidros ceremonialmente hacían algunas inclinaciones, y cuando la receptora del saludo era alguna joven, graciosamente se rendían ante la misma acariciándola con el suave rabo de reposa que culminaba su toca, y también le daban a oler el oloroso pomo que, conteniendo hierbas aromáticas, colgaba de su cintura y que recibía el nombre de “Garapiña”. Sin embargo, en estas mascaradas navideñas se producían también conatos de luchas de resultas del encuentro de bandos o “moxigangas” pertenecientes a parroquias diferentes, en medio del ronco y estrepitoso ruido de los cencerros.
Fuente.
Las Mascaradas de Invierno en Asturias.
Eloy Gomez Pellon
Marisina, deslumbresme.
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