lunes, 4 de julio de 2011

ENTRADA DE LA PATATA EN ASTURIAS


La patata, que había llegado a España en las naves de los conquistadores, vuelve a entrar con los ejércitos de Napoleón. Curioso destino el de esta solanácea, que siempre que llega a nuestro país lo hace a la sombra de las armas. Antes de la invasión de Napoleón la patata era muy poco apreciada en las mesas distinguidas, como lo certifica un comentario de don Ramón Mesonero Romanos, que recuerda en las «Memorias de un setentón», haber comido las primeras patatas de su vida, y como cosa extraordinaria, durante la Navidad de 1808.

Las patatas fueron descubiertas por los conquistadores españoles en un valle de los Andes, cerca del Cuzco, la residencia de los antiguos reyes del Perú; pero no se fomentó su cultivo. Sir Walter Raleigh las trae a Europa en 1586, y ya se ha dicho que fueron destinadas para alimento de los irlandeses. Contra la patata existía la prevención de que casi todas las solanáceas son venenosas, por lo que se consideró menos arriesgado utilizarlas en los jardines que en las mesas. Al fin, Parmentier consiguió imponerlas, y fue tal el empeño que desplegó en su defensa que muchos creían que fue él quien las había inventado. Así que las patatas volvieron a España, lo mismo que algún escritor argentino, a través de Francia.

En Asturias, la primera descripción de la patata está relacionada también con otro grupo marginal, los vaqueiros. Escribe Jovellanos en su novena carta a Ponz que «hay algunos que a la cría de ganados juntan el cultivo de las patatas, y los que así lo hacen, apenas conocen otro alimento que este fruto y la leche; mas como no sea dado a todos los vaqueiros la proporción de este cultivo, porque o la esterilidad o la estrechez del suelo lo rehúsa, los que carecen de tan buen auxilio tienen que comprar maíz, pues viven de boroña o de una especie de polentas hechas con harina de este grano». José Caso anota a propósito de este párrafo: «Creo que es este el primer testimonio del cultivo de la patata en Asturias y testimonio curioso; recuérdese que todavía hacia 1817 se leía a los campesinos días festivos una real orden que recomendaba a las autoridades locales a los párrocos que aconsejasen el cultivo de la patata, contra la que había grandes prevenciones».

Eduardo Méndez Riestra adelanta un poco la mención de las primeras patatas asturianas. «La mención más antigua parece corresponder al año 1753, en el concejo de Boal, registrándose otras para Navia y Villaviciosa en 1772. El propio Jovellanos las menta en sus Diarios, aún con el nombre de 'batatas', e incluso en alguna ocasión con el de 'castañas de Indias' según se la denominaba a veces por entonces. El geógrafo Fermín Rodríguez considera que su adaptación se habría dado previamente en Europa, como prueba el hecho de que algunos las conocieran como 'patatas de Francia' y en Asturias habría penetrado a través de los concejos limítrofes con Galicia, región en la que el cultivo se documenta en 1788».

El botánico Durieu, que recorrió Asturias en 1835, aporta una noticia de gran interés: «Actualmente, lo mismo que en la parte llana de Asturias, también se producen abundantes patatas en el valle del Naviego, prósperamente cultivadas por todas partes hasta la región subalpina, de igual modo que el centeno, los cuales constituyen casi el principal alimento de los moradores. En Asturias, su reciente aparición fue poco afortunada en los comienzos, porque el clero, sintiendo la consiguiente disminución del tributo diezmal (ya que los llamados frutos nuevos no se consideraban diezmables), se desató desde los púlpitos contra la 'raíz del diablo', e hizo todo lo posible por arrojar de la provincia la especie advenediza, consiguiéndolo de primera intención; pero luego, como reapareciera el exótico tubérculo y suscitase idéntica tempestad, por la protección de las autoridades pudo resistir con más fortuna y consolidarse finalmente, de tal manera que su cultivo rotatorio se ha hecho común hasta en los últimos valles de Asturias, como e las cultas regiones de nuestra Europa septentrional. Indicio de que los españoles se van civilizando muy digno de subrayarse».

No obstante, este tardío cultivo de la patata tuvo algún efecto benéfico ya que al producirse la plaga de la patata a mediados del siglo XIX a causa de la sarna ordinaria de la patata y de la «phytophtora infestas» no tuvo las desoladoras consecuencias que en otros lugares, como Irlanda, por ejemplo, por estar los cultivos más diversificados, y no obstante alcanzar la hambruna también aquí proporciones gravísimas, agravadas por la actuación de un gobernador civil harto incivil. Y a pesar de todo y bien mediado el siglo, Alejandro Oliván anota en su «Manual de agricultura» en 1856, que «se encuentran gentes que desdeñan la comida de la patata».

Pero los prejuicios fueron derrumbándose poco a poco, y el 25 de octubre de 1878, Máximo Fuertes Acebedo escribe en la «Revista de Asturias» que «cuando se pudieron apreciar las excelentes cualidades de esta planta alimenticia y sus aplicaciones a la industria, la patata fue cultivada con interés en todas las comarcas del mundo, así en las altas montañas como en las riberas del mar, pues en todas partes se arraiga, vive, crece y fructifica».

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