miércoles, 23 de junio de 2010
EL PRINCIPIO DE LOS PARQUES Y PASEOS
en los planos de las ciudades asturianas de Francisco Coello, publicados en 1.870, ya se podían apreciar las variaciones de morfología en las ciudades. el parque y el paseo empezaron, en los principales núcleos de población, a oponer una ventajosa competencia a las antiguas calzadas arboladas que servían de acceso a las ciudades, y que se habían empezado a abrir como paseos en el siglo XVIII. En ocasiones aquellas nuevas obras suponían la ejecución de costosos y complejos trabajos, como en el caso de la construcción del Parque del Muelle o el del Retiro en Avilés. En otros casos , de todos modos, las obras eran menos aparatosas, y en Gijón el paseo solía celebrarse durante la mayor parte del año en la calle Corrida, un tradicional eje viario cuyo carácter céntrico había favorecido la acumulación de servicios como el alumbrado o una correcta pavimentación; el paseo de Begoña , donde se ubicaba el Teatro Dindurra y el teatro- circo de los Campos Elíseos, se convertía entre tanto en escenario de los paseos del verano gijonés. En Oviedo, por otra parte, el antiguo Campo de San Francisco-antes de la desamortización propiedad del convento del mismo nombre- había ido dotándose de una serie de ejes arbolados idóneos para paseos; la apertura de escalinatas con balaustradas, jardines y construciones de variada índole, entre las que figuraban pabellones, lagos, quiosco para la banda de música, etc., facilitaron el uso de estos espacios en aquel sentido; de modo que a principios de siglo el paseo de los Alamos-en su extremo inferior y lamiendo el eje de ensanche de las calles de Fruela y Uría- o el Salón del Bombé- de gran amplitud, y en cuyos extremos afloraban dos fuentes con surtidores- constituían zonas especialmente preparadas y amenas para los ocios de la burguesía.
La precisa localización de los paseos en lugares muy concretos del entramado urbano tenía una explicación evidente contando con lo penoso del estado de las calles, cuyo tránsito podía convertirse en una verdadera aventura. Aunque existían aceras, el tiempo, a poco que lloviese, las calles se convertían en verdaderos lodazales. El sistema avilitado consistía en unos pasos de adoquines para peatones, cuyo rápido deterioro e inevitable inundación por los barros acarreados por los carruajes que atravesaban la calle, daba lugar a nuevos problemas. Todavía en 1.907 un editorial de "El Carbayón" denunciaba que en lugares tan céntricos como a la salida del Teatro Campoamor "las gentes tienen que esperar turno para cruzar pisando sobre la línea
de adoquines que atraviesa la calle como prolongación de la acera, para no meterse en los barrancos donde las ruedas de carros y carruajes se introducen hasta los ejes". La prensa local de Oviedo, por lo demás, no tenía inconveniente en recomendar el uso de las madreñas para una más fluida circulación por las calles de la ciudad; ofreciendo al propio tiempo la posibilidad de adquirir por poco precio un invento profusamente anunciado en la publicidad de los diarios de la época y en concreto, los chanclos, de goma, que al igual que las madreñas, permitían su uso con el pie calzado en otro zapato.
en definitiva, allí donde pudiese circularse por un firme aceptable, donde el arbolado, la luz, las plantas y las flores, o la música difundida desde un quiosco fuese posible, podía convertirse en el lugar más a propósito para relacionarse y practicar una sociabilidad que suponía, sin ningún asomo de duda, lo primordial de las funciones del paseo.
Buena prueba de ello, lo constituía la forma en que se disponían los asientos en los paseos. tanto en Gijón como en Oviedo, a ambos lados de la avenida principal por donde discurrían los paseantes, se situaban largas hileras de sillas de hierro, de modo que los sentados en ellas pudiesen observar a sus anchas a los viandantes. En las horas de moda, sin embargo, nadie de los elegantes paseaba, sino que se sentaban unos frente a otros estáticamente mientras al fondo podía sonar la música de una banda que nadie veía. El genial pincel de Evaristo Valle supo captar con toda su ironía este momento.
-(Historia social del ocio)- Jorge Uría.
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Una cosa que me hizo gracia es que la calle Cangas de Onís antiguamente formaba parte del entramado de paseos arbolados que formaban el viejo Humedal de la época de Jovellanos. De hecho el nombre primitivo de dicha calle era "Paseo de las damas". ¡Pues no ha cambiado nada!
ResponderEliminarSaludos.
Precioso tu post. La canción del vídeo me hizo saltar las lágrimas. :))
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