domingo, 8 de mayo de 2011

LOS BALLENEROS DE LLASTRES


A la tripulación (compaña) de estas lanchas balleneras se la denominaría con el tiempo esquifazón, (de esquife).Estos barcos eran llargos, bajos y abiertos de cubierta, con el arponeru a proa y el patrón o maestre de lancha en la popa gobernando a la caña” con un gran remo. El arponeru, el más fuerte y experimentado, era el responsable y el más cotizado de toda la compaña pues de su fuerza y habilidad dependía el éxito de la captura.
Estos arponeros llastrinos, durante los meses previos a la costera de la ballena, preparaban sus arpones de hierro de poco más de una braza de llargu” rematado en punta de flecha en las bodegas de Llastres y en las ferrerías de la Riera (Colunga). La punta de flecha tenía una bisagra que al clavarse en el llombu (costado) de la ballena pudiera doblarse y no pudiese salir de su cuerpo ante las tensiones del propio cetáceo remolcando la trainera en su huida.
Si el impulso del arponeru lograba incrustar profundamente el arpón entonces quedaba así anclado fuertemente en el cuerpo del cetáceo. Este arpón ballenero solía tener unos seis kilos de peso e iba incrustado en la terminal de un sólido palo de dos brazas de llargu al que estaba amarrado con un nudo marinero a un largo chicote (cuerda marinera) que asegurase la captura. Esti cau o chicote estaba enrollado a un carretel bien trincado en la base de proa de la trainera deslizándose por una roldana (rolin de madera que iba fijada sobre la proa, por encima del branque.

El momento más peligroso de la pesca de la ballena.

La maniobra de lanzar el arpón era el instante más excitante y de mayor riesgo para los pescadores pues existía el peligro mortal de hundimiento de la pequeña chalupa o de la trainera por un coletazo del gran cetáceo. Las ballenas al surdir a respirar y con sus fuertes charpazos formaban olas que solían poner en peligro de zozobra a los pequeños botes y débiles esquifes. En ese azaroso momento toda la compaña de remeros ponía en máxima tensión los músculos de sus brazos y piernas para fijarse sobre el panel y disponerse a remar o ciar según fuese el desarrollo de la lucha contra la ballena. Sus corazones palpitaban a la máxima velocidad por el esfuerzo fisico y la percepción psicológica del peligro preparados a bogar y maniobrar para no ser arrastrados por el empuje de huida y la subsiguiente inmersión del cetáceo herido.
Frecuentemente las ballenas y las traineras llegaban a aproximarse mutuamente a uno y dos metros.Era el instante preciso en que el arponeru, el mejor, el más fuerte y más sereno, de pie sobre la proa, esperaba el momento más oportuno para que la ballena ofreciese el llombu(costado) por la parte próxima de la cabeza.Entonces lanzaba el arpón con un fuerte impulso de su brazo pasando rapidísimamente el chicote por la roldana y fijándolo al primer banco de proa o al fondo superior de la quilla, en la parte de proa.

Por unos instantes la chalupa se estremecía y vanvoleaba por las fuertes sacudidas acompañadas de coletazos que anunciaban la inmersión desesperada de la ballena herida y del resto de la manada.Con la respiración contenida, los balleneros llastrinos esperaban ansiosos la imprevisible lucha a muerte que se iba a iniciar contra aquellas enormes ballenas de cerca de doce y quince metros de longitud.
Si el arpón había dado eficazmente en el blanco, la ballena iniciaba la huida con una fuerte sacudida sumergiéndose hacia el fondo de la mar. Este brusco tirón desequilibraba frecuentemente a los pescadores produciendo a veces la caída a la mar de más de un arponero o remero o el vuelco de sus débiles esquifes.

Era frecuente que la ballena, al sentirse herida de muerte, arremetiese contra los balleneros soltando alguno de sus temibles coletazos sobre el agua y a veces sobre el casco de las pequeñas chalupas. Más de una vez debieron zozobrar las pequeñas embarcaciones llastrinas con sus hombres frustrándose la pesca y con las correspondientes tragedias. Pero lo más habitual era que la ballena iniciase un descenso vertiginoso hacia las profundidades contrarrestado por la resistencia del batel y el bogar de los remeros.
Durante largos minutos los pescadores remaban en sentido contrario para cansar más a la ballena herida, dejándose arrastrar bogando o ciando para oponer más resistencia y fatigar progresivamente al cetáceo.En aquellos momentos el casco de los pequeños botes se hundía incrustándose entre las olas forzado por el empuje de la presión y el peso de la ballena.

Antiguo muelle llastrín-
Mientras, la cuerda del arpón se desenrollaba en el carretel deslizándose sobre la roldana a toda velocidad haciendo crujir por la tensión las maderas del carel y de los banzos. Siempre existía la probabilidad de que afaltase (rompiese) el chicote. En aquellos siglos de escasez de materiales adecuados para hacer fuertes cuerdas hacía que esta eventualidad fuese frecuente al ser los chicotes de mala calidad y estar semi podridos por la salmoria. Estas circunstancias debieron frustrar muchas capturas en los siglos pasados ante la penuria de buenos cabos (cuerdas) para la pesca de la ballena.En todo caso, el propio arponero u otro pescador tenía que echar constantemente baldes de agua(pequeño cubo,tangarte de madera con agarradera usado en el achique del agua) para que el carretel y la cuerda no se quemasen por el roce.

La maniobra continuaba durante minutos obligando a los balleneros a seguir el rastro y la dirección del chicote sumergido.El suspense del desenlace crecía entre los pescadores pues nunca se podía saber el final de aquella lucha a muerte.El cetáceo herido permanecía sumergido durante un tiempo, que dependía de la capacidad pulmonar de inmersión, de la longitud del chicote y de la resistencia de los remeros de la trainera.Esta duración de inmersión de la ballena era otro de los trances más inquietantes para la tripulación, pues durante esta sumersión corrían el peligro de hundirse con el tirón de la ballena, o de quedarse sin arpón y sin chicote al tener que cortarlo con un hacha y perder aquel valioso instrumento de pesca y la correspondiente captura. Para esta posible delicada y desesperada maniobra de cortar con un hacha el cau (cuerda) siempre tenía que estar preparado un pescador.El patrón era quien tenía que tomar esta dolorosa decisión de cortar el chicote y perderlo todo antes que naufragar.
Pasado un tiempo de espera y lucha angustiosa, la ballena, herida de muerte, se veía obligada a tener que surdir para respirar. Era entonces cuando los arponeros de otros botes y traineras volvían a lanzarle arponazos secundarios para así rematarla y asegurarla bien, hasta que la ballena moribunda flotaba al costado del esquife. En esos momentos los pescadores, para culminar su muerte utilizaban fisgas, lanzas, pinchos,bicheros.fleches. etc.

A las ballenas heridas, desangradas o muertas no les podían insuflar aire como se haría en los siguientes siglos con las técnicas posteriores para facilitar su remolque, sino que les pasaban varios chicotes hasta la cola para amarrarlas y poder ser remolcadas por las pequeñas embarcaciones a fuerza de remeros hasta la playa del Escanu de Llastres en marea alta. Allí las avaraban lo más próximas al acantilado donde quedaban varadas para su total despiece.

Con el fin de que los cuerpos de las ballenas no fuesen arrastrados o zarandeados fácilmente por las olas que rompen en la playa del Escanu y en el escanón” de la Punta Misiera (Punta Miciera) era fijadas y ancladas con risones clavados en los llombos (costados) y atadas a tierra. Por la urgencia de evitar los contratiempos e incomodidades de las subida y bajada de la marea y del molesto oleaje, pero sobre todo para evitar una incipiente putrefacción, todo un tropel de hombres, mujeres y rapacinos del pueblo de Llastres se movilizaban para colaborar en el despiece y acarreamiento de los restos del cetáceo hasta la Casa de les Ballenes.

Allí, en la pequeña playa del Escanu, desde el primer momento eran troceadas y desguazadas en largas tiras como si fuesen enormes piezas de tocin, con machetes y grandes cuchillos, por los pescadores y mujeres contratados y pagados por el arrendatario de la Casa de les Ballenes a quien el Gremio de los Mareantes le había adjudicado su explotación.
En paxos y sobre las espaldas de hombres y rapacinos iba n subiendo entre las piedras del Escanu los despojos de la ballena siendo introducidos en la caldera de la Casa de les Ballenes para ser fundidos en el fornu y obtener la grasa. Esta grasa y aceite lo guardaban en barriles que se construían en el propio Llastres.

El Puerto primitivo de los balleneros.
Por aquel entonces el puerto primitivo de Llastres estaba formado por un muro almenado que arrancaba hacia el sur debajo de la Peña, desde donde estuvo durante mucho tiempo la Rambla de la Peña, hoy destruida. Durante los días de vagamar con marea baja y fuerte rendoriu se han podido ver en el pequeño muelle actual los restos de este primer antiguo puerto de Llastres del siglo XV.
Todo el fondo del muelle era una playa, sin muro de tierra como posteriormente se construiría para facilitar el acceso al muro de fuera. Toda la base de la Peña era un pedreu que continuaba hasta el que está visible en el actual Escanu. Tampoco existía el malacó(malecón), construido a principios del siglo XX ni el muro sobre el que estuvo el primitivo tinglau sobre el que se construirían a comienzos del siglo XX la pequeña rula y la farola del muelle, demolidos lamentablemente en el año 1996. El acceso a aquel primitivo puerto ballenero y comercial era por el sendero sobre el acantilado que hoy ocupan las escaleras que descienden desde La Fragua. No existía la empinada carretera que asciende desde el muelle, construida sobre el pedregal del Escanu, comiendo terreno al acantilado y sobre el Riu Carballu. .Sería a finales del siglo XIX cuando se construiría la moderna carretera de adoquines que asciende del puerto hasta la calle de San Antonio sobre el pedregal del Escanu y comiendo terreno al acantilado.
El aprovechamiento y beneficios de las ballenas.
Los pescadores de Llastres y el Gremio de los Mareantes obtenían buenos beneficios por el negocio de la grasa de las ballenas. Cada uno de estos cetáceos solía dar por término medio unas cien pipas de grasa que equivaldría hoy a unos seis mil kilos. Según cálculos del Doctor Don Evaristo Casariego el valor total de cada ejemplar, en el siglo XVI era de más de mil ducados. El arrendatario tenía que pagar un fondo a la Cofradía de los Mareantes y los correspondientes quiñones y cuartones a los pescadores que intervenían en la captura de las ballenas así como a los que intervenían en el despiece, acarreo y fundición de la grasa.

Ballena en la Rula de LLastres:
Con la grasa y aceite de las ballenas pescadas por los llastrinos se abastecían otras pequeñas industrias familiares del pueblo y de la zona.La grasa y el aceite eran aprovechados, previa mezcla con resinas y otros elementos, con el fin de obtener rudimentarias pinturas mezcladas con aceites de linaza, breas y colorantes. Lo usaban para embadurnar y calafatear las maderas de las embarcaciones a modo de barniz. También se utilizaría este aceite mezclado con linaza en la protección de las humildes ropadagües de los propios pescadores.

Aunque los productos de la ballena no eran utilizados para el consumo humano, sin embargo hasta mediados del siglo XX se mantuvo una tradición dentro de la cultura popular llastrina de la cual las mujeres eran las principales conocedoras y transmisoras. Esta tradición consistía en la utilización de jugos de vísceras de ballenas y de otros peces con el fin de extraer aceites especiales para purgas y con fines curativos. Estos extractos de vísceras de cetáceos los prensaban, filtraban y guardaban en recipientes especiales de donde posteriormente eran abastecidos quienes creyesen en sus virtudes terapéuticas. Desconocedores en aquellos siglos de la existencia y necesidad de las vitaminas, los pescadores de Llastres intuyeron que en la comida de derivados de las vísceras de ballenas,tollnes,marraxos(pequeños tiburones),caeyes, rayes y boticos etc., se ocultaba la presencia de elementos medicinales de cuyas propiedades y consumo observaron que aliviaban enfermedades de los niños, jóvenes y mayores.

En aquellos tiempos el escorbuto, la avitaminosis eran muy frecuentes en las gentes de la mar, entre las que el consumo de frutas, legumbres y otros productos hortícolas estaba casi ausente en su dieta alimenticia dada su cultura culinaria y la inexistencia de huertos en el pueblo de Llastres.Su alimentación estaba formada especialmente por productos provenientes de la mar. Tan solo la permuta en el mercado de cada domingo delante de la pequeña explanada de la Iglesiona Vieya” de Llastres, a donde acudían gentes de todo el concejo y de más allá, hacía posible el intercambio de sus pescas y salazones por productos de huerta.

A lo largo del tiempo los chiquillos del pueblo tomaron cucharadas de aquellos brebajes de sabor espantoso durante temporadas, como si fuese el peor de los suplicios, pero que les mejoraba y fortalecía.
El aceite de las ballenas también se utilizaba para los guisos y frituras de pescados en unos tiempos en que el aceite de oliva no llegaba fácilmente a la comisa cantábrica. También tenemos testimonios del uso de este aceite de ballena para freír nabos, comida habitual entre las gentes de la zona, cuando el consumo de la patata y el maíz traídos de América comenzaba a difundirse lentamente por Europa.
Nos consta que los pescadores de Llastres fueron de los primeros que supieron, gracias a la información de sus navieros, que lo que se debería de comer de aquellos tubérculos de las patatas traídas de América, no eran sus hojas, que resultaban tóxicas, sino el tubérculo oculto bajo la tierra.

De las ballenas también se aprovechaban sus barbas, que eran utilizadas para variados usos, especialmente para la corsetería íntima de las mujeres, rudimentarios sostenes, corsés, etc.Con las costillas, huesos y vértebras de las ballenas los artesanos llastrinos hacían sillas y otros adornos caseros. Algunos de sus huesos, especialmente las costillas, eran utilizados en la construcción de las casas. Según testimonio transmitido por el mejor cronista llastrin del siglo XIX, D. Juan Antonio Vitorero, muchos chiquillos y adolescentes de Llastres utilizaban aquelles espines especiales de ballena para hacer juguetes más consistentes que tenían que ver con el mar y recreaban el mundo de sus padres. Así hacían pequeñas naos o barquinos con los que jugaban a simular combates navales, maniobras de atraque, de pesca, etc. para xugar a les lanchines como siempre se hizo entre los hijos de los pescadores.

El aceite de ballena y su uso para el alumbrado.
Entre otros usos, la grasa (el saín) era muy cotizada para servir de fuente de energía para la iluminación en los edificios públicos y casas privadas del pueblo y de la zona. La luz eléctrica y su uso para la iluminación no había sido descubierta todavía. En la época de la pesca de la ballena, siglos XVI y XVII, en Llastres solamente alumbraban pequeños faroles caseros, y recipientes sencillos llenos de grasa de ballena sobre los que flotaba una mecha impregnada de grasa dando luz a las humildes casas de los pescadores.

Los pequeños faroles alimentados con aceite de ballena no sólo eran usados para iluminar las largas noches invernales sino también para alumbrarse en las bajadas y subidas por las tortuosas y empinadas calles, llenas de escalinatas, pozos y regatos, al tener que bajar al muelle en las tempranas madrugadas. Las propias embarcaciones llevaban estos faroles con el fin de ser vistas y para alumbrar sus faenas en la oscuridad de la noche y en las faenas marineras en el alba, antes de amanecer. Hasta casi mediados del siglo XX se seguirían utilizando estos faroles pero sustituyendo el aceite de las ballenas por el carburo. Al pueblo de Llastres, llegaría la luz eléctrica en los años veinte del siglo veinte.

Se conservan documentos en los que. se hace referencia del uso de la grasa de las ballenas capturadas por los llastrinos para servir de alimentación de las lámparas de la Catedral de Oviedo, del Convento de Valdediós y de la propia iluminación peremne del Santísimo Sacramento en la Iglesia de San Blas y en las demás ermitas del pueblo.
Otro subproducto extraído de las cabezas de las ballenas era la espelma , una sustancia grasa, dura y blanca con la que preparaban los llastrinos sencillas velas para iluminarse en las casas y en la iglesia.

La tentación de entrar en la explotación de la pesca de la ballena por personas ajenas al pueblo fue motivo de repetidos conflictos.La Cofradía de los Mareantes que representaba los intereses de los vecinos del pueblo tuvo que ir resolviendo y armonizando la aportación de la iniciativa y capitales privados y foráneos con los beneficios que aportaba dicha pesca.
Estas costumbres tendieron a convertirse en normas y en leyes así como en supuestos derechos a intervenir en las capturas y en todo el proceso y ganancia de la costera de las ballenas. Estos hechos fueron objeto de acaloradas discusiones dentro del Gremio de los Mareantes (Cofradía de Pescadores) durante aquellos siglos. Entraban en conflicto los derechos particulares con los comunales.

Los atisbadores de las ballenas designados por la Cofradía de los Mareantes avisaban para todos, y el trabajo de la pesca, lo más duro y arriesgado, no se percibía correspondido en justicia con lo que luego se pagaba en tierra. Ya en aquel entonces no era fácilmente asumible que se beneficiasen del esfuerzo de muchos tan sólo unos pocos.Por eso, a veces, la pesca de la ballena, al igual que la costera del mansíu y otras costeras tuvieron que ser reglamentadas por acuerdos que armonizasen estos derechos con los beneficios comunes. El pescador siempre percibió esta injusticia de llevar la peor parte del esfuerzo de su difícil e ingrata profesión.

Los Hevia, los Balbín de Villaviciosa y la Casa de les Ballenes.

Es evidente, por lo que venimos exponiendo, que en el puerto de Llastres existió una Casa Ballenera. que no llegó a tener la importancia que alcanzaron estas entidades en otros puertos del Principado, como la de Gijón, Llanes, Candás y Luarca. Esta Casa de les Ballenes corría a cargo de una persona acaudalada que arrendaba la Casa Fábrica y todos los utensilios y demás medios para la obtención del saín. Sabemos el nombre del señor, de su familia y descendientes que consiguieron la contrata pública de esta casa durante muchos años. Fueron un tal Don Gutierre de Hevia y Pedro Balbín, naturales de Villaviciosa. Durante todo el siglo XVI y el XVII él, sus hijos y descendientes continuaron obteniendo la contrata de la Casa de les Ballenes de Llastres. Él, como adjudicatario, se tenía que encargar de todos los gastos que llevaba consigo este negocio, pagando el quiñón y los cuartones correspondientes a los pescadores y rapacinos que se empleaban en esta casa, aportando también un quiñón especial como renta al fondo común de la Cofradía de los Mareantes tal como estaba estipulado por la propia Cofradía en la contrata pública.
Sobra decir que la pesca de las ballenas proporcionó a los pescadores de¡ pueblo de Llastres una fuente muy importante de ingresos hasta comienzos del siglo XVIII en que dejó de practicarse esta pesca. Estos beneficios de la pesca de las ballenas fue muy considerable para los pescadores calculándose un promedio de ganancia anual de unos cien mil reales de la época.

Esta Casa de les Ballenes y su negocio se mantuvo pujante hasta comienzos del siglo XVIII. El mejor cronista antiguo del pueblo, Don Juan Antonio Victorero, nos transmite la noticia de haber conocido escrituras de arrendamiento (hoy perdidas) otorgadas por los vecinos de Llastres en el año 1637 a favor de Pedro Balbín, vecino de Villaviciosa a quien cedían esta pesca por el espacio de doce años y le entregaban la casa y los utensilios para el beneficio de la grasa con cargo de redimir varios censos tomados para el proseguimiento de los pleitos (...) y satisfacer los réditos que se fueren devengando hasta la total estación de los capitales .
A partir del siglo XVIII la pesca de la ballena no se volvió a practicar en el puerto de Llastres. La destrucción del muelle por los temporales a finales del siglo XVII que llevó consigo la casi desaparición de su flota sin tener donde guarecerse.

Por Faustino Martínez García.

4 comentarios:

  1. No sabía yo que se habían cazado ballenas por estas costas. Pobres ballenas y pobres pescadores, porque sin duda era una pesca muy peligrosa. Mucha hambre debían de pasar entonces. Saludos.

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  2. Un reportaje muy completo, y muy interesante como siempre.
    Un saludo

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  3. La verdad es que a mí me asombra la capacidad de aquellas gentes para enfrentarse a tan grandes peligros, solo para poder sobrevivir. ¡Ahora la mayoría, por no decir todos nos quejamos de nuestros trabajos…! Un saludo amigos.

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