sábado, 10 de abril de 2010

EL BANQUETE FÚNEBRE

Era un capitulo obligado en todas las celebraciones funerales de Asturias. Luis de Valdés, que escribe en 1.622, llega a decir en sus meritorias
"Ay costumbre que si se está muriendo uno, están aparejando la comida para los sacerdotes que le an de enterrar. Esta costumbre se introdujo porque los tales sacerdotes bienen de sus casas, algúnas distantes de la del difunto una legua y otras más, y parecía cosa dura que ubiesen de volver a comer a sus casas. Aiuda mucho a esto el mucho y barato sustento, y que al renacer, al pasar de esta vida a la otra, se debe celebrar fiesta con comida. según el grande exceso que en esto se suele hacer, tienen para los mortuorios y fiestas más grandes calderas que harán a dos vacas y más cada una, y de éstas hay muchas en Asturias"...(Versión directa del ms.11457 de la Biblioteca Nacional.)

Un viajero de excepción, el autor anónimo de , escribe en 1.849:

" A todos los concurrentes a la misa de réquien se les da de comer y beber magníficamente, a cada uno según las facultades de la familia del difunto. A los pobres pan y sidra, y tal vez caldo y carne, y además limosna; a los señores una comida todo lo bien servida y suntuosa posible, y refresco. A esta mesa asisten también los clérigos que se hubiesen reunido para las exequias, que a veces suben a setenta u ochenta, y después de los postres, el que hizo de presente entona un responso, al que responden todos los asistentes a este banquete fúnebre. en varias partes, para esta ceremonia, se cierran las ventanas, y se coloca sobre la misma mesa que sirvió de altar de la vida, un crucifijo y dos velas encendidas, para rogar por el eterno descanso del muerto".
por lo que se refiere a las prácticas de los - vaqueiros de alzada - Acevedo y Huelves nos la refiere así: "La comida o banquete fúnebre ha de celebrarse antes del entierro y en la misma cámara donde está el muerto. Antiguamente eran dos los banquetes: uno antes, y en él comían los que habían de acompañar al cadáver y asistir a la misa de réquien y al entierro; y otro después para los que quedaban y para todos los demás que quisieran asistir, tanto brañeros como xaldos y marnuetos, así pobres como ricos, sin distinción alguna." El autor ratifica sus aseveraciones con el testimonio de un sacerdote que fungía por aquellas brañas: "Los vaqueiros que tienen una posición regular, cuando fallece alguno de su familia, matan una vaca o becerra; compran un pellejo de vino, y el mismo día del entierro, en la misma habitación donde está el muerto, dan de comer a los parientes y amigos, precisamente a la misma hora en que ha de llegar el sacerdote para asociar el cadáver, teniendo aquél que retirarse algunas veces para darles tiempo a treminar su comida. Una vez concluida ésta, se reviste el sacerdote con los ornamentos sagrados y entona el responso en la misma casa; y entonces empieza el llanto general de todos los comensales, siendo mal mirado el vaqueiro que en aquellos momentos no derrame alguna lágrima. En lo demás siguen la costumbre general del resto de la parroquia."

Los banquetes funerarios, tan en uso en toda la región, debieron causar serios trastornos económicos a las gentes humildes; así parece decirnos la resolución de la Junta General del Principado de 22 de junio de 1.599 y las del obispo Agustín González Pisador, publicadas en 1.786, que disponen que no se sirva comida a más gente que "los parientes hasta el cuarto grado, excepto si el difunto fuere Caballero o ilustre prosapia". En criterio del obispo, la comida debía reducirse "quando más, a un puchero extraordinario, y un cuartillo de vino al que lo necesitase". Por lo que se refiere a los clérigos, ordenaba nuestro Sínodo que la comida había de celebrarse "en mesa separada y distinta de los seglares, sin que pueda haber comunicación de una a otra, so pena de cuatro ducados al que contraviniere, y diez al cura que lo consintiere en su parroquia".

(Costumbres Asturianas) Elviro Martínez.







1 comentario:

  1. Mi abuela aún recordaba esos banquetes, que dejaron de celebrarse a mediados del siglo XX (al menos, en mi zona).
    Otra costumbre era llevar una merienda al cura con ocasión de los funerales; así, mi madre dice que siendo bien pequeña, cuando murió su abuelo, llevó una buena merendona al párroco en una cesta de mimbre. El cura, ni corto ni perezoso, se metió en la sacristía después de la misa y allí mismo se lo zampó todo.
    Entonces sí que vivían bien algunos.

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