amplia la superficie de evaporación de los productos volátiles de la sidra e impresione más intensamente el sentido olfativo. Acentúa dichas propiedades aromáticas gustando solamente las primicias que aún llevan las burbujas gaseosas formadas al chocar violentamente el fino chorro de sidra sobre la pared del vaso, burbujas de aire y ácido carbónico que al romperse con fino chisporroteo arrastran los aldehidos, ácidos volátiles, alcoholes superiores, que forman los
constituyentes olorosos de la sidra y que además producen una agradable sensación de fina
heterogeneidad en el sentido táctil de la boca. El residuo, ya muerto por la falta de dichas sustancias, es despreciado por el buen bebedor y al tirarlo consigue lavar el vaso, necesidad impuesta por persistir la costumbre, altamente perniciosa y antihigiénica, de emplear un vaso común en vez de individual.
Escrito en 1.943 por el doctor Tuya Rubiera.
El médico lenense, Vital Aza, compendia en jocosos versos todas las propiedades médicas de nuestra bebida emblemática.
...La sidra es panacea:
Bálsamo que el espíritu recrea
y da fuerza y vigor al organismo.
Y conste que esta idea no es mía,
es de un doctor muy afamado.
Me la dio ayer mismo,
bebiendo en un lugar muy retirado,
y comiendo en mi amable compañía
el centollo más grande que allí había.
El buen doctor decía entusiasmado:
yo no he sido jamás un tumulento;
veo en la sidra un gran medicamento.
Esta bebida es tónica, sedante,
febrífuga, diurética y laxante.
No hay agua de Vichy ni de Vitel
comparable a la sidra de tonél;
contra los atascos de la bilis,
en la sidroterapia está el busilis.
Esto dijo el doctor y yo lo apruebo.
Vayan al diablo vinos y licores,
sidra no más a todas horas bebo
y tengo una salud de las mejores.
¡ Y no cambio un copino de manzanas
por todas las bodegas jerezanas!
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