( Notas de Francisco Trinidad)
La novela aparece en las librerías españolas en los primeros compases del año 1931, cuando su autor tiene setenta y siete años de edad, aunque estaba terminada desde más de un año antes.
Por una carta de Carlos Canella dirigida a «Eugenia Astur» conocemos que a 19 de enero de 1931, ya ha aparecido la novela, mientras que el propio autor, en otra de sus cartas, se hace eco del temprano éxito de esta obra: «La novela escrita a los 77 años ha tenido un éxito que en verdad yo no esperaba.Debo dar gracias al Cielo porque en edad tan avanzada aun conservo firme la cabeza». Será la última novela larga de su autor, que aún publicaría en vida un conjunto de relatos, Tiempos felices, 1933, y una novela corta, Los contrastes electivos, 1936
También el escenario elegido para ubicar la acción de la novela es bien conocido para su autor. Sabemos que tres de sus novelas anteriores, El señorito Octavio, 1881; El idilio de un enfermo,1883, y La aldea perdida, 1903, se desarrollan en ambientes del valle de Laviana que le viera nacer. En las dos primeras, con denominaciones supuestas, mientras que en la última describe su concejo natal con sus topónimos reales. En Sinfonía pastoral vuelve a situar en él la acción principal:
(Descripción que hace de la aldea Armando Palacio Valdés en su obra)
.....Fray Ceferino le miró con fijeza unos instantes.
—A pesar de los cambios profundos que la edad trae consigo,
creo que te reconocería. No sé si tú me reconocerías a mí.
—Pienso que sí. Lo que más nos desfigura a los hombres
es labarba o el bigote, y tú no los tienes.
—¡Cuánto hemos corrido juntos, Antón! ¡Cuántas anguilas
hemos pescado debajo de las piedras del río... y cuántas hemos
dejado escapar! ¡Cuántos mirlos hemos cazado, cuántas manzanas
verdes hemos hurtado, cuántas castañas hemos asado... y cuántas palizas hemos llevado !....
....La casería se componía de una casa–habitación, situada en un pequeño rellano de la falda de la montaña, a unos doscientos metros del lugar. Por delante de ella iba un camino que conducía también como la carretera de abajo a los concejos de Sobrescobio y Caso. Debajo de la casa había una pomarada, no muy grade, que llegaba cerca de los primeros edificios del pueblo. A un lado, una pequeña huerta destinada a legumbres, berzas, patatas, cebollas, etc.
Por encima de esta casa, un prado muy pendiente, cercado de avellanos, de regular extensión. Además de estas dos fincas, contaba la casería, bastante lejos del pueblo, con un grallamado de Entrambasriegas. Sobre el prado, un vasto castañar. Mas de este prado, uno de los mayores del concejo, sólo la mitad pertenecía a la casería del tío Juan. Otro pradito aún llamado de la Fontiquina. En la vega, dos días de bueyes destinados a maíz, alubias y calabazas. Como Juan, con el dinero regalado por Antonio, había comprado otros dos días de bueyes, era a la fecha poseedor de cuatro días de bueyes (sesenta áreas, aproximadamente).
Cosechaba bastantes fanegas de maíz y de judías. También recogía buena cantidad de avellana de los árboles que cercaban los prados y algunos sacos de castañas. Juan criaba cerdos, gallinas y tenía cuatro vacas en el establo. Mataba dos cerdos para el consumo de la casa; solía también sacrificar una novilla para hacerla cecina; tenía leche, manteca y huevos, no sólo para su consumo, sino también para vender. Se comía, pues, abundante en la casa. Dinero, poco. Sin embargo, la pomarada cada dos años producía catorce o dieciséis pipas de sidra, que Juan vendía en manzana para exprimirla a un lagarero de la Pola. Cada pipa solía venderse en fruto a ocho o diez duros. Puede concebirse lo que suponía para un paisano esta entrada de seiscientas o setecientas pesetas. También la avellana rendía buen producto; se vendía a los comerciantesde Gijón, que laembarcaban para Inglaterra.
Por encima de esta casa, un prado muy pendiente, cercado de avellanos, de regular extensión. Además de estas dos fincas, contaba la casería, bastante lejos del pueblo, con un grallamado de Entrambasriegas. Sobre el prado, un vasto castañar. Mas de este prado, uno de los mayores del concejo, sólo la mitad pertenecía a la casería del tío Juan. Otro pradito aún llamado de la Fontiquina. En la vega, dos días de bueyes destinados a maíz, alubias y calabazas. Como Juan, con el dinero regalado por Antonio, había comprado otros dos días de bueyes, era a la fecha poseedor de cuatro días de bueyes (sesenta áreas, aproximadamente).
Cosechaba bastantes fanegas de maíz y de judías. También recogía buena cantidad de avellana de los árboles que cercaban los prados y algunos sacos de castañas. Juan criaba cerdos, gallinas y tenía cuatro vacas en el establo. Mataba dos cerdos para el consumo de la casa; solía también sacrificar una novilla para hacerla cecina; tenía leche, manteca y huevos, no sólo para su consumo, sino también para vender. Se comía, pues, abundante en la casa. Dinero, poco. Sin embargo, la pomarada cada dos años producía catorce o dieciséis pipas de sidra, que Juan vendía en manzana para exprimirla a un lagarero de la Pola. Cada pipa solía venderse en fruto a ocho o diez duros. Puede concebirse lo que suponía para un paisano esta entrada de seiscientas o setecientas pesetas. También la avellana rendía buen producto; se vendía a los comerciantesde Gijón, que laembarcaban para Inglaterra.
La casa vivienda era pobre, vieja y no muy amplia. Sin embargo tenía lo que presta a las casas de los labradores asturianos mucho atractivo, una solana cuadrada abierta solamente por uno de los lados. Esta es siempre una pieza agradable; se toma el sol en ella, se trabaja, se juega;representa lo que el comedor entre los burgueses. A los dos lados de esta pieza había dos buenos cuartos: en uno dormía el matrimonio y en el otro la hija, Carmela. En la planta baja, una gran cocina con pavimento de losas; a un lado y otro dos dormitorios más chicos que los de arriba: en el uno se acomodaba Telesforo, y el otro, un cuarto trastero donde había también un grande y viejo armarioque guardaba la ropa blanca y lo mejorcito de vestir que la familia poseía para los días festivos. La casa contaba, además, con vasto desván, que en ciertas épocas del año se hallaba repleto de ristras de maíz y diversos frutos, nueces, avellanas, cebollas, patatas, etc.
La gran cocina tenía un lar que levantaba medio metro del suelo. Encima de él, a bastante altura, había un techo formado por varas de avellano entretejidas, llamado sardo, en el cual se colocaban las castañas para secarse y hacerse pilongas. Como el humo no tenía otro escape que el de las rendijas del sardo, a menudo la cocina se llenaba de él y se hacía insoportable para quien no estuviese acostumbrado. Había una espetera con pobre y ordinaria vajilla de barro y cacerolas de hierro y hoja de lata, con cucharas y tenedores de madera de boj. Una enorme masera donde se amasaba el pan y la borona y después se guardaba. A un lado se abría el boquete del horno para cocer el pan, pues para la borona se seguía otro método: después de amasada, previamente limpio y arrojado el lar, se colocaban sobre él las boronas en forma de grandes quesos, se las cubría con hojas de castaño y sobre ellas una capa de ceniza enrojecida. Al cabo de algunas horas, la borona estaba cocida. Esparcidas, unas cuantas tajuelas y adosado al muro un escaño de madera, que el humo y el uso habían puesto negro. Sobre el fregadero de piedra, y colgadas de una repisa, tres herradas con sus grandes aros brillantes de hierro, y, suspendidos de ellas, sendos cangilones de metal amarillo Era pobre la casa de Juan Quirós; pero mejor, con todo, que las de la mayoría de sus vecinos. Del techo de la cocina colgaban tocinos, jamones y chorizos. Todo indicaba que allí no se comía mal. Aparte del pote de judías y berzas aderezado con lacón, tocino y longaniza, se decía en el lugar, con señales de respeto, que en casa del tío Juan de los Campizos se mataba todos los domingos un, pollo o una gallina.
La pomarada y la huerta no estaban cercadas por muro de piedra, sino por fuerte barganal; esto es, por estacas de castaño o roble unidas por varas entretejidas de avellano. Muy próximo a la casa, el establo, capaz para cuatro vacas y otros tantos terneros; encima, el pajar, llamado en el país tenada. Adosado al establo había un cobertizo sostenido por toscas columnas de madera, en el cual se guardaba el carro, la leña, el arado y otros aperos de la labranza.
La gran cocina tenía un lar que levantaba medio metro del suelo. Encima de él, a bastante altura, había un techo formado por varas de avellano entretejidas, llamado sardo, en el cual se colocaban las castañas para secarse y hacerse pilongas. Como el humo no tenía otro escape que el de las rendijas del sardo, a menudo la cocina se llenaba de él y se hacía insoportable para quien no estuviese acostumbrado. Había una espetera con pobre y ordinaria vajilla de barro y cacerolas de hierro y hoja de lata, con cucharas y tenedores de madera de boj. Una enorme masera donde se amasaba el pan y la borona y después se guardaba. A un lado se abría el boquete del horno para cocer el pan, pues para la borona se seguía otro método: después de amasada, previamente limpio y arrojado el lar, se colocaban sobre él las boronas en forma de grandes quesos, se las cubría con hojas de castaño y sobre ellas una capa de ceniza enrojecida. Al cabo de algunas horas, la borona estaba cocida. Esparcidas, unas cuantas tajuelas y adosado al muro un escaño de madera, que el humo y el uso habían puesto negro. Sobre el fregadero de piedra, y colgadas de una repisa, tres herradas con sus grandes aros brillantes de hierro, y, suspendidos de ellas, sendos cangilones de metal amarillo Era pobre la casa de Juan Quirós; pero mejor, con todo, que las de la mayoría de sus vecinos. Del techo de la cocina colgaban tocinos, jamones y chorizos. Todo indicaba que allí no se comía mal. Aparte del pote de judías y berzas aderezado con lacón, tocino y longaniza, se decía en el lugar, con señales de respeto, que en casa del tío Juan de los Campizos se mataba todos los domingos un, pollo o una gallina.
La pomarada y la huerta no estaban cercadas por muro de piedra, sino por fuerte barganal; esto es, por estacas de castaño o roble unidas por varas entretejidas de avellano. Muy próximo a la casa, el establo, capaz para cuatro vacas y otros tantos terneros; encima, el pajar, llamado en el país tenada. Adosado al establo había un cobertizo sostenido por toscas columnas de madera, en el cual se guardaba el carro, la leña, el arado y otros aperos de la labranza.
(Sinfonía Pastoral)-Armando palacio Valdés-
¡Hola Marisa!.- Me has hecho caso. Gracias. Espero que no te haya causado mucho trabajo. La cita está muy bien escogida. Era en lo que estaba pensando yo cuando te escribí el correo. Me parece una descripción valiosísima de lo que era la casa y la vida de nuestra gente a mediados del siglo XIX. Cuando habla de la solana y de los dos cuartos a los lados estoy viendo la casa de mi abuela... Y todo lo que cuenta de la cocina, el llar, la masera,... ya solo lo recordamos los más viejos del lugar. Bueno, gracias de nuevo. Hay también páginas muy interesantes en La Novela de un Novelista. Saludos.
ResponderEliminarUn gran escritor, quizá un tanto olvidado en los tiempos actuales, pero siempre nos emocionará recordar la historia de "La Aldea perdida".
ResponderEliminarSaludos.