jueves, 20 de mayo de 2010

SAN ANDRÉS DE AGÜERA



(Viaje por Asturias de Joseph Townsend: viajó por los años 1.786 y 1.787, reinando Carlos III.

En el viaje de Townsend hay también descripciones de costumbres y topografías.)




Después de cuatro horas de camino llegamos a San Andrés de Agüera.Viniendo de Castilla y de León hay otros caminos para entrar en Asturias, pero todos muy difíciles...

Cuando llegamos a San Andrés de Agüera pedimos alojamiento en la casa rectoral, donde el buen párroco nos recibió afectuosamente. El curato de provisión del señor obispo pasa por uno de los mejores que puede otorgar la mitra. La casa rectoral, de modestísima apariencia, es como una choza distribuida con poca comodidad. Entramos en un oscuro vestíbulo de poco más de tres pies en cuadro, que conducía a una pequeña cocina sobre la izquierda y a una sala sobre la derecha. La primera no necesita descripción; la segunda tiene cuatro pies sobre doce, de piso desigual, paredes blancas pero sin cielo raso ni artesonado. Los muebles consistían en una mesa de roble y dos bancos. La sala comunica con el pequeño despacho y el dormitorio, que tiene una raquítica ventana. Debajo del gabinete hay una bodega repleta de pellejos de vino, a la que se desciende por una estrechísima y oculta trampa. Las dos criadas se acuestan en una habitación cerca de la cocina, y el coadjutor en otra pieza separada de la casa, para si llaman por la noche, se levante sin turbar el reposo del buen cura.


En cuanto llegamos nos sirvieron chocolate con bizcochos y por la noche buena gallina y buen vino, que nos indemnizaron de los trabajos del día. La mejor cama fue cedida por el párroco para el extranjero y como buenamente pudo alojó a los demás.

El siguiente día fue viernes, día de abstinencia, pero político y atento me sirvió gallina. En la comida admiré más su despreocupación: me hostigó a que probase truchas del Luna, río famoso por ellas, pero el coadjutor retiró el plato y dijo.

- No puede comer pescado porque ya comió carne.
- Es verdad, respondió el cura, los católicos no mezclamos carne y pescado en día de abstinencia; pero nuestro amigo, añadió con prudencia, no está en este punto sujeto a igual obligación.


La parroquia tiene 150 vecinos, además de los niños menores de 10 años. Los habitantes viven esparcidos en nueve pequeños lugares, de los cuales siete están situados en la montaña y dos en el valle, siendo muy trabajoso para el cura el ejercicio de su sagrado ministerio, cuando el camino está nevado.

Un poco más abajo se encuentra Agüerina, donde vimos la casa del cardenal Cienfuegos y la casa donde nació. Ninguno de los cardenales actuales pasaría con gusto una noche en una casa ni en otra.

Los hijos de estas montañas visten con preferencia del paño oscuro que hilan sus mujeres, industria apreciable, enemiga del lujo, que no destierra la pobreza ni la necesidad más absoluta que por allí reinan.


Las tierras accesibles están cultivadas y el mismo sol obliga a las más a ser productivas, y así en los terrenos elevados se siembra trigo dejando los bajos para el maíz. La piedra caliza cocida, les sirve de principal abono.


La extensión de terreno que una pareja de bueyes puede trabajar en un día (medida agraria del país) equivale a casi medio acre y se vende por termino medio en 100 ducados u 11 libras esterlinas. Es, como se ve, poco precio y se gradúa la venta en una fanega o cincuenta y seis libras de pan de 24 onzas la libra.


No teniendo nada que hacer me entretuve en dibujar la vista de Agüera y Agüerina, y fui después con el cura a ver el cuerpo o reliquias de San Fructuoso, en la iglesia parroquial. Cerca de estos santos restos hallan los criminales protección y están seguros los que alcancen el pórtico antes de ser aprehendidos.

Estos asilos no son perjudiciales, pues los asturianos son notables por la dulzura y sencillez de sus costumbres, y es aquí inofensivo lo que en otras provincias pudiera traer fatales consecuencias.

En aquellos sitios montuosos me han dicho que no solamente hay lobos, sino también una especie de tigres, (estos tigres son gatos monteses) feroces en invierno. Entonces los pastores llevan sus rebaños de carneros y cabras, a pasar la noche al pueblo; y cuando atraviesan las montañas los acompañan grandes perros con férreos collares de agudas puntas.

El 5 de agosto abandonamos a Agüera, muy de mañana, descendiendo durante tres leguas por la vallada a lo largo del rápido torrente,que seguimos desde su nacimiento en la altura de esta vasta cadena de montañas; las atravesamos hacia el Oriente y a la derecha encontramos el romántico pueblo de Belmonte. Abandonamos la rambla y a poco nos encontramos con los mismos árboles, avellanos, castaños, nogales y robles.

2 comentarios:

  1. Una descripción que valía para el siglo XVIII, XIX y la primera década del XX.
    Yo siempre digo que el siglo XIX de la Asturias rural no terminó en el 1900, sino en la Guerra Civil, que fue la gran brecha que separó dos épocas.
    En el libro de este autor aparecen unos grabados de Agüera donde se puede ver la iglesia parroquial con el mismo aspecto que tiene en esta fotografía.
    Saludos.

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  2. Lo que más me gusta de las gentes de aquellos tiempos, es la simpleza que empleaban para describir los lugares.

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