El 7 de septiembre embarcó el rey con toda la comitiva y servidores. Entre la intendencia, los equipajes, caballerizas, maestres de las naves, pilotos, músicos, oficiales de distintos servicios, y marinería, era tal el volumen a transportar que hubo que habilitar unas cuarenta naves. En la del rey iban en total unas trescientas personas, aparte del cronista flamenco Laurent Vital, que es quien nos transmite todas estas noticias.
La flota se hizo a la vela el día ocho a las cinco de la mañana, y los pilotos abrigaban la esperanza de llegar a España el sábado siguiente, es decir, con una navegación de cinco días. Pero el derrotero atlántico hacia España no siempre era fácil, pues las tempestades y temporales del mar, con sus bruscos cambios de los vientos, entorpecían los avances de la navegación, de tal manera que lo mismo fallaban los cálculos en cuanto al tiempo que había de durar una travesía, que respecto al punto que se pensaba arribar.
No podemos detenernos a recoger ni mucho menos comentar las noticias que Laurent Vital consigna en su crónica respecto de lo ocurrido en los días que duró la travesía. Sólo recordaremos algunos incidentes, como el del incendio de la nave en que iba la caballeriza del monarca (verdadera catástrofe en la que perecieron según el cronista, ciento sesenta personas), ocurrido el primer día de navegación.
Los pilotos de la nao del rey descubrieron a lo lejos un poco antes de oscurecer un barco incendiado, y como la nao del Almirante partiese en su auxilio sin que aquéllos se diesen cuenta, se temió por algún tiempo que fuese ésta la que ardía. Algunos oyeron, según Vital, disparos de artillería y poco después de media noche, un gran resplandor que fue aumentando hasta aparecer como una gran llama.
A partir de aquel día se redoblaron los cuidados y medidas de previsión en todos los barcos de la flota. Al cuarto día de navegación hubo que aguantar el viento contrario, con lo que los barcos retrocedían en lugar de avanzar; al día siguiente sábado 12 de septiembre, se presentó una tormenta que duró más de catorce horas, con olas tan altas como montañas, movidas con tal violencia, que parecía que iban a partir los barcos. La noche había sido muy agitada, y el monarca hizo promesa de que en cuanto llegase a tierra y tan pronto como la peste (que por lo visto existía), cesase iría en visita a Santiago de Galicia.
Como el viento continuase siendo contrario, los pilotos decidieron que si con la renovación de la luna no mejoraba el tiempo, teniendo en cuenta el estado de los víveres y del agua, deberían arribar a cualquier puerto de Inglaterra, las Sorlingas o Bretaña.
El martes, séptimo día de viaje, encontraron un barco vizcaíno que iba hacia Flandes con cargamento de frutos españoles, de los que los de la flota real hubieron de aceptar algunos que como regalo les ofrecieron con insistencia los marineros vascos, alborozados al saber que en ella venía el nuevo rey. Precisamente en este momento el viento cambió haciéndose favorable, pero sobreviniendo luego dos días de calma.
Por fin, el viernes 18 de septiembre, uno de los marineros que desde el día anterior se subían a lo más alto de los palos, para descubrir tierra, que suponían por sus cálculos ya próxima, bajó a anunciar al rey que había visto la tierra de Vizcaya, recibiendo el premio de vino que el monarca había ofrecido al primero que divisase tierra española. Pero el piloto de la nao del rey , Juan de Cornille, que ya había traído de Flandes a D. Felipe el Hermoso y conocía bien aquel mar, aseguró a Laurent Vital que aquello que decía haber visto el marinero no podía ser tierra de Vizcaya; que había error de cálculo en esta localización.
Laurent Vital temiendo hubiese peligro para el rey , y teniendo en cuenta el juramento que había prestado de anunciárselo, interrogó a Cornille, que le dijo no había ninguno, añadiendo que se hallaba delante de las costas de Asturias y no de Vizcaya. Al día siguiente, sábado 19 de septiembre, como a las seis de la mañana, oyóse un murmullo entre los pilotos, que hablaban descontentos y como avergonzados, al conocer el error en el que hasta entonces se hallaban, creyéndose delante de la costa vasca.
Agrega Vital, que tenían motivo para hallarse descontentos, ya que habían fracasado al llevar a su nuevo rey y Señor tan lejos de Vizcaya, y más allá del puerto de Santander, que era el señalado para el desembarco.
Advertido el rey de la situación en que se hallaban, e interrogado sobre si prefería esperar mejor viento para volverse a Santander, o tomar tierra allí mismo, consultó con los nobles, y después de deliberar sobre los inconvenientes, se decidieron por lo más seguro, que fue tomar tierra.
(Conviene reproducir el texto en que el cronista describe la arribada de las naos a la costa asturiana, y el desembarco en Villaviciosa, pero esto lo dejaremos para otra entrada.)
Estudios de Historia de Asturias.
Juan Uría Ríu.
La flota se hizo a la vela el día ocho a las cinco de la mañana, y los pilotos abrigaban la esperanza de llegar a España el sábado siguiente, es decir, con una navegación de cinco días. Pero el derrotero atlántico hacia España no siempre era fácil, pues las tempestades y temporales del mar, con sus bruscos cambios de los vientos, entorpecían los avances de la navegación, de tal manera que lo mismo fallaban los cálculos en cuanto al tiempo que había de durar una travesía, que respecto al punto que se pensaba arribar.
No podemos detenernos a recoger ni mucho menos comentar las noticias que Laurent Vital consigna en su crónica respecto de lo ocurrido en los días que duró la travesía. Sólo recordaremos algunos incidentes, como el del incendio de la nave en que iba la caballeriza del monarca (verdadera catástrofe en la que perecieron según el cronista, ciento sesenta personas), ocurrido el primer día de navegación.
Los pilotos de la nao del rey descubrieron a lo lejos un poco antes de oscurecer un barco incendiado, y como la nao del Almirante partiese en su auxilio sin que aquéllos se diesen cuenta, se temió por algún tiempo que fuese ésta la que ardía. Algunos oyeron, según Vital, disparos de artillería y poco después de media noche, un gran resplandor que fue aumentando hasta aparecer como una gran llama.
A partir de aquel día se redoblaron los cuidados y medidas de previsión en todos los barcos de la flota. Al cuarto día de navegación hubo que aguantar el viento contrario, con lo que los barcos retrocedían en lugar de avanzar; al día siguiente sábado 12 de septiembre, se presentó una tormenta que duró más de catorce horas, con olas tan altas como montañas, movidas con tal violencia, que parecía que iban a partir los barcos. La noche había sido muy agitada, y el monarca hizo promesa de que en cuanto llegase a tierra y tan pronto como la peste (que por lo visto existía), cesase iría en visita a Santiago de Galicia.
Como el viento continuase siendo contrario, los pilotos decidieron que si con la renovación de la luna no mejoraba el tiempo, teniendo en cuenta el estado de los víveres y del agua, deberían arribar a cualquier puerto de Inglaterra, las Sorlingas o Bretaña.
El martes, séptimo día de viaje, encontraron un barco vizcaíno que iba hacia Flandes con cargamento de frutos españoles, de los que los de la flota real hubieron de aceptar algunos que como regalo les ofrecieron con insistencia los marineros vascos, alborozados al saber que en ella venía el nuevo rey. Precisamente en este momento el viento cambió haciéndose favorable, pero sobreviniendo luego dos días de calma.
Por fin, el viernes 18 de septiembre, uno de los marineros que desde el día anterior se subían a lo más alto de los palos, para descubrir tierra, que suponían por sus cálculos ya próxima, bajó a anunciar al rey que había visto la tierra de Vizcaya, recibiendo el premio de vino que el monarca había ofrecido al primero que divisase tierra española. Pero el piloto de la nao del rey , Juan de Cornille, que ya había traído de Flandes a D. Felipe el Hermoso y conocía bien aquel mar, aseguró a Laurent Vital que aquello que decía haber visto el marinero no podía ser tierra de Vizcaya; que había error de cálculo en esta localización.
Laurent Vital temiendo hubiese peligro para el rey , y teniendo en cuenta el juramento que había prestado de anunciárselo, interrogó a Cornille, que le dijo no había ninguno, añadiendo que se hallaba delante de las costas de Asturias y no de Vizcaya. Al día siguiente, sábado 19 de septiembre, como a las seis de la mañana, oyóse un murmullo entre los pilotos, que hablaban descontentos y como avergonzados, al conocer el error en el que hasta entonces se hallaban, creyéndose delante de la costa vasca.
Agrega Vital, que tenían motivo para hallarse descontentos, ya que habían fracasado al llevar a su nuevo rey y Señor tan lejos de Vizcaya, y más allá del puerto de Santander, que era el señalado para el desembarco.
Advertido el rey de la situación en que se hallaban, e interrogado sobre si prefería esperar mejor viento para volverse a Santander, o tomar tierra allí mismo, consultó con los nobles, y después de deliberar sobre los inconvenientes, se decidieron por lo más seguro, que fue tomar tierra.
(Conviene reproducir el texto en que el cronista describe la arribada de las naos a la costa asturiana, y el desembarco en Villaviciosa, pero esto lo dejaremos para otra entrada.)
Estudios de Historia de Asturias.
Juan Uría Ríu.
Muy interesante y documentado. No conocía los detalles. Saludos.
ResponderEliminarTenía que ser por error, ya me parecía a mi jeje
ResponderEliminarMuchos hechos importantes de la historia fueron errores. Gracias Marisa, como siempre interesante y ameno.
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