Jovellanos en la Carta séptima del Viaje a Asturias (cartas a Ponz) escribe y describe, de un modo extraño, la felicidad de Asturias y de los asturianos: " Nada de cuanto es necesario para el uso de una vida sencilla y laboriosa deja de labrarse y construirse por estos naturales. Sus lienzos, sus estameñas, sus paños bastos y sayales, sus pieles, sus medias y todo cuanto sirve para el vestido y calzado y, en una palabra, todo cuanto puede necesitar un pueblo dado a la agricultura, a la pesca y a la cría del ganado, todo se fabrica en
Asturias." Y continúa más adelante con una nueva defensa de lo antiguo, cuando hablando de los vaqueiros y su traje, dice: "Su traje, compuesto de montera, sayo, jubón, cinto, calzón ajustado, medias de punto o de paño, y zapatos o albarcas, llamadas coricies, por ser el cuero su materia, es en todo conforme al de los demás aldeanos, fuera de la casaca o sayo; este tiene la espalda cortada en cuchillos, que terminan en ángulo agudo al talle y el de los aldeanos, se acerca más a nuestras chupas.
Pero, reflexiónese que el corte de este último, que no es otro que el de una casaca, o chupa a la francesa, es de reciente introducción, e infiérese de ahí que el de los vaqueiros es el primitivo, nunca alterado por el uso, y probablemente el que llevaron generalmente, en lo antiguo todos los labradores asturianos."
La lana y las plantas textiles, lino y cáñamo, eran la base de los tejidos que se usaban, sobre todo, por el campesinado. Tanto el lino como el cáñamo, se cultivaban como elementos esenciales, y junto con la lana, fueron la base de la que se sirvieron para componer sus trajes o las piezas del mismo.
El trabajo de la lana empezaba con la limpieza y cardado de la misma por medio de las cardas. Con el juego y trabajo de los copos cardados, entre la rueca y el huso, se lograba el hilo, que se iba recogiendo en ovillos o bolas, que serian trasladados al telar. Aquí, era obtenido un tejido grueso y basto que, adelgazado y refinado, en el batán o trillón, será conocido como sayal.
Igual o parecido sistema se sigue con las plantas del lino y del cáñamo. Después de maceradas (a base del agua en donde se depositan) y secadas, con suficiente tiempo, son machacadas, separando de ellas las fibras, y éstas espadilladas. Aisladas las fibras serán rastrilladas, y, luego, con la ayuda del huso se producía el hilo, haciendo con él cadexos. El telar conformaría el tejido, y con el trillón se refinaría y adelgazaría. Las telas así obtenidas eran coloreadas con tintes naturales que desde tiempos atrás eran ya conocidos, generalmente de origen vegetal, raíces, ramas y frutos. Completaban la elaboración de los trajes, los sastres que eran numerosos en los distintos concejos.
El lino se cultivó, ampliamente, desde muy antiguo, y este cultivo quedó reflejado en la toponimia: parroquia de Santa María de Llinares en el concejo de Ribadesella, La Llinariega (parroquia de Collía) en Parres, y en Cangas de Onís encontramos la ería de Llinares (Triongo), La Linariega (Igena), Las Linariegas (Intriago), etc. En cambio, el cáñamo se cultivó unido a otros cultivos, como el maíz, situándolo en las orillas de los mismos, pero usando de él con singularidad destacada.
La importancia y el valor que tanto la lana como el lino y el cáñamo tenían, les hacían estar sometidos al tributo del diezmo.
Los telares eran numerosos y no había pueblo, por poco importante que fuese, en donde no hubiese telares al servicio de las mujeres tejedoras. Por la Enciclopedia de Madoz (1847) sabemos que en Cangas de Onís y su concejo existían "varios telares de lienzos ordinarios" y "tres batanes para telas y paño basto llamado sayal". Los últimos batanes o "trillones" conocidos en el concejo, estaban situados en Santianes de Ola, uno, y el otro, en La Riera de
Covadonga, y de ellos se conservan aún materiales y lugar de situación. El descenso de batanes y telares, como hemos visto, se va acentuado, de una forma clara, en el tiempo transcurrido entre las Respuestas del Catastro del
Marqués de la Ensenada (1750) y las notas que expresa el Diccionario Geográfico Estadístico-Histórico, de Pascual Madoz (1847).
Todos estos artilugios e instrumentos, fueron pasando casi a la historia, y cuando los bastos tejidos son sustituidos por otros más finos, dejarán de existir, ya en las dos primeras décadas del siglo XX. Las causas de este fenómeno son numerosas. Pero, entre ellas, habrá que señalar los arreglos de los caminos, duros caminos, que ponen en comunicación las tierras del Sella con la Meseta.
Así, el Camino del Almagre, mas tarde conocido por Senda del Arcediano, que a través del concejo de Amieva pasaba a la provincia de León, y por el cual los arrieros transportaban el almagre, de la zona de Labra en Cangas de Onís a Sajambre, y de aquí, los arrieros de esta comarca, llegaban a Segovia con su
mercancía, regresando cargados de vino y paños de calidad de Segovia, Salamanca, Zamora, Palencia, que se venderán en los mercados y ferias.
Otro camino era el abierto desde Sobrefoz en Ponga, a través del paso de
Ventaniella, hacia León y Valladolid, y de regreso, además de vino y harinas, traían, asimismo, paños y calzado, bisutería e instrumentos útiles para el trabajo.
Hay que añadir a este comercio, los géneros que arriban por mar a Ribadesella y Llanes. Según Madoz en los años 1844 y 1845, por el puerto de Ribadesella, se importan 986 libras de quincalla (joyas baratas); 4.472 varas de tejido de algodón; 5.998, varas de tejido de hilo; 11.327 varas de tejido de lana, y 560 pañuelos de seda.
Al puerto de Llanes en el mismo espacio de tiempo llegan 1.170 libras de hilo;
1.392 pares de calcetas; 8.786 pañuelos de varias clases; 2.331 libras de
quincalla y 114.737 varas de distintos tejidos.
La revolución industrial transformó las estructuras sociales, y la indumentaria se modifica intensamente, perdiendo su uso la mayoría de las prendas, que formaban parte del traje "regional", pasando éste o sus variantes, a ser un recuerdo. De hecho, a partir de los últimos años del siglo XIX y primeros años
del siglo XX, el traje "regional" o "asturiano", claramente, va a usarse en las ceremonias religiosas o folklóricas con las ofrendas de ramos, o danzas, pero no deja de ser, ya, sino un remedo de aquel traje austero y "pobre"que usaba el campesinado astur.
También las normas de uso y prohibiciones, de las Ordenanzas del Principado o las de los Ayuntamientos, nos dejan ver detalles de la indumentaria, como las Ordenanzas Generales de 1781, que en uno de sus Títulos, acaso con el fin de limitar el gasto, o, más bien, con el de fijar distinciones y categoría social señala que "la libertad en el uso del vestido que cada uno quiere echarse, confunde las jerarquías y diversidad de estados, que, hasta en lo exterior, deben de distinguirse" Y así ordena que "el artesano o labrador de hacienda propia no podrá vestir sino paño de Béjar, o otro equivalente en precio, y el labrador que sea dueño de la mitad de la hacienda, que trabaja vestirá solo paño de Somonte, u otro igual. Aquel cuya hacienda sea toda ajena, no podrá vestir sino Caldas, estameña del país, Herrera, u otro así. " Canella y
Bellmunt dicen que en el concejo de Onís, ya en 1573, se dispone que las mujeres públicas no deben de traer toca levantada como las honradas sino un rebozo por abajo. Del mismo modo otras disposiciones ordenaban el modo de indicar, por medio de la vestimenta, si las mujeres eran casadas o solteras.
En la obra Recuerdos y Bellezas de España (Asturias y León), de J. M. Cuadrado publicada en 1855, "con láminas dibujadas del natural" por Francisco Javier Parcerisa, se encuentran dos láminas ilustrativas. Una vista del Puente de Cangas de Onís, en que aparecen una pareja, ella con pañuelo que cae
largamente sobre su espalda, con blusa clara de mangas anchas, y falda
amplia, y él tocado con montera, y chaleco. La otra lámina tiene como fondo el claustro del Monasterio de Villanueva, y en ella otra pareja, él, descalzo de pie y pierna, trae calzón corto hasta la rodilla del que sobresale el ¿calzoncillo?, va tocado con su montera de corta pestaña y viste camisa blanca y chaleco. Ella lleva pañuelo amarrado hacia la nuca, con el pelo bajando sobre la espalda, camisa, dengue y saya con un adorno horizontal en la parte baja. Ambos
recogen las mangas de sus camisas hasta el codo. La mujer sostiene una herrada al brazo.
En los cuadros de Pérez Villamil, Procesión en el Santuario de Covadonga (1851), y La Cueva de Covadonga (1846 a 1854), figuran grupos de personas con el traje regional, y en el cuadro Vista de Covadonga, de Martín Rico (1856), se ven dos mujeres y un hombre vestidos a usanza del país. Viejas fotografías de Alonso Villarmil y otros, dibujos de Cuevas y de Frassinelli, amén de otras ilustraciones de fines del siglo XIX, nos ayudan a reconocer las prendas del traje usual de algunas personas, que se resistían a abandonarlas.
En la Topografía Médica del Concejo de Ponga, obra escrita por D. Felipe Portolá Puyós, publicada en Madrid en el año 1916, nos relata en su artículo sobre indumentaria lo siguiente: "Es tan decisiva la influencia de la civilización, en este punto, que ha conseguido desterrar, casi del todo, el traje indígena, y
abolir la práctica tan extendida entre los abuelos, quienes hilaban por sí
mismos, a fuerza de meses y de puños, muchas prendas que hoy proporciona cómodamente la industria.
Entre los hombres se ha aclimatado definitivamente la boina y la cómoda gorrilla inglesa, en sustitución de la típica montera, la democrática blusa de algodón de colores "sufridos", la americana de lana o de algodón, los calzoncillos de franela o algodón, y el calzado moderno de cuero, como prendas nuevas o añadidas.
Otras añejas se han transformado, verbigracia, los calzones y chaquetas de paño burdo y grueso, hilado y tejido con lana del país, llamado sayal, han sido sustituidos por el pantalón, siempre largo, de pana, algodón o lana; las calzas y medias degeneradas en calcetines, en los hombres. Aún se ve algún anciano con traje de sayal; pero hoy casi solo se emplea para una especie de calzado que llaman escarpines. También se usa un calzado especial de madera (almadreñas), que tiene en la base tres eminencias cónicas en las que se
pone un clavo grueso de hierro. Este calzado es incómodo, por tener poca base de sustentación; pero, sin embargo, a pesar de sus defectos, en este país tan lluvioso es insustituible, porque preserva mucho de la humedad y guarda el calor.
La indumentaria femenina, revolucionada a cada paso por las variaciones de la moda, que tanto halaga la coquetería del sexo, es de más difícil descripción. Entre las prendas indispensables figuran la falda, el corpiño y el pañuelo a la cabeza, con la mantilla para los actos religiosos; entre las viejas recalcitrantes,
usan, en todo tiempo, el pañuelo negro a la cabeza, y en invierno, la manta, que es un pañuelo negro, grande, atado a la espalda."
Por todas estas difíciles circunstancias (pobreza de descripciones, carencia de dibujos, grabados y fotografías, falta de viejos trajes o prendas, hoy
deterioradas o, más bien, desaparecidas) el estudio de la vieja indumentaria, hoy tan manida y confusa, por uso y abuso de unas artificiales ideas, necesita trabajos como el presente, lleno de rigor y de valor histórico, con exigencia de la realidad, y no dando rienda suelta a la fantasía.
Prólogo al libro La Indumentaria Popular en la Ribera del Sella (siglos XVIII y
XIX), de Herminia Menéndez de la Torre y Eduardo Quintana Loché. Editado en Murcia por la Federación
Española de Agrupaciones de Folklore (F.E.A.F.), en el año 2002.d
abamia.net
Asturias." Y continúa más adelante con una nueva defensa de lo antiguo, cuando hablando de los vaqueiros y su traje, dice: "Su traje, compuesto de montera, sayo, jubón, cinto, calzón ajustado, medias de punto o de paño, y zapatos o albarcas, llamadas coricies, por ser el cuero su materia, es en todo conforme al de los demás aldeanos, fuera de la casaca o sayo; este tiene la espalda cortada en cuchillos, que terminan en ángulo agudo al talle y el de los aldeanos, se acerca más a nuestras chupas.
Pero, reflexiónese que el corte de este último, que no es otro que el de una casaca, o chupa a la francesa, es de reciente introducción, e infiérese de ahí que el de los vaqueiros es el primitivo, nunca alterado por el uso, y probablemente el que llevaron generalmente, en lo antiguo todos los labradores asturianos."
La lana y las plantas textiles, lino y cáñamo, eran la base de los tejidos que se usaban, sobre todo, por el campesinado. Tanto el lino como el cáñamo, se cultivaban como elementos esenciales, y junto con la lana, fueron la base de la que se sirvieron para componer sus trajes o las piezas del mismo.
El trabajo de la lana empezaba con la limpieza y cardado de la misma por medio de las cardas. Con el juego y trabajo de los copos cardados, entre la rueca y el huso, se lograba el hilo, que se iba recogiendo en ovillos o bolas, que serian trasladados al telar. Aquí, era obtenido un tejido grueso y basto que, adelgazado y refinado, en el batán o trillón, será conocido como sayal.
Igual o parecido sistema se sigue con las plantas del lino y del cáñamo. Después de maceradas (a base del agua en donde se depositan) y secadas, con suficiente tiempo, son machacadas, separando de ellas las fibras, y éstas espadilladas. Aisladas las fibras serán rastrilladas, y, luego, con la ayuda del huso se producía el hilo, haciendo con él cadexos. El telar conformaría el tejido, y con el trillón se refinaría y adelgazaría. Las telas así obtenidas eran coloreadas con tintes naturales que desde tiempos atrás eran ya conocidos, generalmente de origen vegetal, raíces, ramas y frutos. Completaban la elaboración de los trajes, los sastres que eran numerosos en los distintos concejos.
El lino se cultivó, ampliamente, desde muy antiguo, y este cultivo quedó reflejado en la toponimia: parroquia de Santa María de Llinares en el concejo de Ribadesella, La Llinariega (parroquia de Collía) en Parres, y en Cangas de Onís encontramos la ería de Llinares (Triongo), La Linariega (Igena), Las Linariegas (Intriago), etc. En cambio, el cáñamo se cultivó unido a otros cultivos, como el maíz, situándolo en las orillas de los mismos, pero usando de él con singularidad destacada.
La importancia y el valor que tanto la lana como el lino y el cáñamo tenían, les hacían estar sometidos al tributo del diezmo.
Los telares eran numerosos y no había pueblo, por poco importante que fuese, en donde no hubiese telares al servicio de las mujeres tejedoras. Por la Enciclopedia de Madoz (1847) sabemos que en Cangas de Onís y su concejo existían "varios telares de lienzos ordinarios" y "tres batanes para telas y paño basto llamado sayal". Los últimos batanes o "trillones" conocidos en el concejo, estaban situados en Santianes de Ola, uno, y el otro, en La Riera de
Covadonga, y de ellos se conservan aún materiales y lugar de situación. El descenso de batanes y telares, como hemos visto, se va acentuado, de una forma clara, en el tiempo transcurrido entre las Respuestas del Catastro del
Marqués de la Ensenada (1750) y las notas que expresa el Diccionario Geográfico Estadístico-Histórico, de Pascual Madoz (1847).
Todos estos artilugios e instrumentos, fueron pasando casi a la historia, y cuando los bastos tejidos son sustituidos por otros más finos, dejarán de existir, ya en las dos primeras décadas del siglo XX. Las causas de este fenómeno son numerosas. Pero, entre ellas, habrá que señalar los arreglos de los caminos, duros caminos, que ponen en comunicación las tierras del Sella con la Meseta.
Así, el Camino del Almagre, mas tarde conocido por Senda del Arcediano, que a través del concejo de Amieva pasaba a la provincia de León, y por el cual los arrieros transportaban el almagre, de la zona de Labra en Cangas de Onís a Sajambre, y de aquí, los arrieros de esta comarca, llegaban a Segovia con su
mercancía, regresando cargados de vino y paños de calidad de Segovia, Salamanca, Zamora, Palencia, que se venderán en los mercados y ferias.
Otro camino era el abierto desde Sobrefoz en Ponga, a través del paso de
Ventaniella, hacia León y Valladolid, y de regreso, además de vino y harinas, traían, asimismo, paños y calzado, bisutería e instrumentos útiles para el trabajo.
Hay que añadir a este comercio, los géneros que arriban por mar a Ribadesella y Llanes. Según Madoz en los años 1844 y 1845, por el puerto de Ribadesella, se importan 986 libras de quincalla (joyas baratas); 4.472 varas de tejido de algodón; 5.998, varas de tejido de hilo; 11.327 varas de tejido de lana, y 560 pañuelos de seda.
Al puerto de Llanes en el mismo espacio de tiempo llegan 1.170 libras de hilo;
1.392 pares de calcetas; 8.786 pañuelos de varias clases; 2.331 libras de
quincalla y 114.737 varas de distintos tejidos.
La revolución industrial transformó las estructuras sociales, y la indumentaria se modifica intensamente, perdiendo su uso la mayoría de las prendas, que formaban parte del traje "regional", pasando éste o sus variantes, a ser un recuerdo. De hecho, a partir de los últimos años del siglo XIX y primeros años
del siglo XX, el traje "regional" o "asturiano", claramente, va a usarse en las ceremonias religiosas o folklóricas con las ofrendas de ramos, o danzas, pero no deja de ser, ya, sino un remedo de aquel traje austero y "pobre"que usaba el campesinado astur.
También las normas de uso y prohibiciones, de las Ordenanzas del Principado o las de los Ayuntamientos, nos dejan ver detalles de la indumentaria, como las Ordenanzas Generales de 1781, que en uno de sus Títulos, acaso con el fin de limitar el gasto, o, más bien, con el de fijar distinciones y categoría social señala que "la libertad en el uso del vestido que cada uno quiere echarse, confunde las jerarquías y diversidad de estados, que, hasta en lo exterior, deben de distinguirse" Y así ordena que "el artesano o labrador de hacienda propia no podrá vestir sino paño de Béjar, o otro equivalente en precio, y el labrador que sea dueño de la mitad de la hacienda, que trabaja vestirá solo paño de Somonte, u otro igual. Aquel cuya hacienda sea toda ajena, no podrá vestir sino Caldas, estameña del país, Herrera, u otro así. " Canella y
Bellmunt dicen que en el concejo de Onís, ya en 1573, se dispone que las mujeres públicas no deben de traer toca levantada como las honradas sino un rebozo por abajo. Del mismo modo otras disposiciones ordenaban el modo de indicar, por medio de la vestimenta, si las mujeres eran casadas o solteras.
En la obra Recuerdos y Bellezas de España (Asturias y León), de J. M. Cuadrado publicada en 1855, "con láminas dibujadas del natural" por Francisco Javier Parcerisa, se encuentran dos láminas ilustrativas. Una vista del Puente de Cangas de Onís, en que aparecen una pareja, ella con pañuelo que cae
largamente sobre su espalda, con blusa clara de mangas anchas, y falda
amplia, y él tocado con montera, y chaleco. La otra lámina tiene como fondo el claustro del Monasterio de Villanueva, y en ella otra pareja, él, descalzo de pie y pierna, trae calzón corto hasta la rodilla del que sobresale el ¿calzoncillo?, va tocado con su montera de corta pestaña y viste camisa blanca y chaleco. Ella lleva pañuelo amarrado hacia la nuca, con el pelo bajando sobre la espalda, camisa, dengue y saya con un adorno horizontal en la parte baja. Ambos
recogen las mangas de sus camisas hasta el codo. La mujer sostiene una herrada al brazo.
En los cuadros de Pérez Villamil, Procesión en el Santuario de Covadonga (1851), y La Cueva de Covadonga (1846 a 1854), figuran grupos de personas con el traje regional, y en el cuadro Vista de Covadonga, de Martín Rico (1856), se ven dos mujeres y un hombre vestidos a usanza del país. Viejas fotografías de Alonso Villarmil y otros, dibujos de Cuevas y de Frassinelli, amén de otras ilustraciones de fines del siglo XIX, nos ayudan a reconocer las prendas del traje usual de algunas personas, que se resistían a abandonarlas.
En la Topografía Médica del Concejo de Ponga, obra escrita por D. Felipe Portolá Puyós, publicada en Madrid en el año 1916, nos relata en su artículo sobre indumentaria lo siguiente: "Es tan decisiva la influencia de la civilización, en este punto, que ha conseguido desterrar, casi del todo, el traje indígena, y
abolir la práctica tan extendida entre los abuelos, quienes hilaban por sí
mismos, a fuerza de meses y de puños, muchas prendas que hoy proporciona cómodamente la industria.
Entre los hombres se ha aclimatado definitivamente la boina y la cómoda gorrilla inglesa, en sustitución de la típica montera, la democrática blusa de algodón de colores "sufridos", la americana de lana o de algodón, los calzoncillos de franela o algodón, y el calzado moderno de cuero, como prendas nuevas o añadidas.
Otras añejas se han transformado, verbigracia, los calzones y chaquetas de paño burdo y grueso, hilado y tejido con lana del país, llamado sayal, han sido sustituidos por el pantalón, siempre largo, de pana, algodón o lana; las calzas y medias degeneradas en calcetines, en los hombres. Aún se ve algún anciano con traje de sayal; pero hoy casi solo se emplea para una especie de calzado que llaman escarpines. También se usa un calzado especial de madera (almadreñas), que tiene en la base tres eminencias cónicas en las que se
pone un clavo grueso de hierro. Este calzado es incómodo, por tener poca base de sustentación; pero, sin embargo, a pesar de sus defectos, en este país tan lluvioso es insustituible, porque preserva mucho de la humedad y guarda el calor.
La indumentaria femenina, revolucionada a cada paso por las variaciones de la moda, que tanto halaga la coquetería del sexo, es de más difícil descripción. Entre las prendas indispensables figuran la falda, el corpiño y el pañuelo a la cabeza, con la mantilla para los actos religiosos; entre las viejas recalcitrantes,
usan, en todo tiempo, el pañuelo negro a la cabeza, y en invierno, la manta, que es un pañuelo negro, grande, atado a la espalda."
Por todas estas difíciles circunstancias (pobreza de descripciones, carencia de dibujos, grabados y fotografías, falta de viejos trajes o prendas, hoy
deterioradas o, más bien, desaparecidas) el estudio de la vieja indumentaria, hoy tan manida y confusa, por uso y abuso de unas artificiales ideas, necesita trabajos como el presente, lleno de rigor y de valor histórico, con exigencia de la realidad, y no dando rienda suelta a la fantasía.
Prólogo al libro La Indumentaria Popular en la Ribera del Sella (siglos XVIII y
XIX), de Herminia Menéndez de la Torre y Eduardo Quintana Loché. Editado en Murcia por la Federación
Española de Agrupaciones de Folklore (F.E.A.F.), en el año 2002.d
abamia.net
Impresionado y satisfecho. Cada dia que pasa encuentro mas interesantes tus recopilaciones. Gracias.
ResponderEliminarNo tenia ni idea de nada,Gracias Marisa
ResponderEliminar