lunes, 11 de octubre de 2010

¡¡ LIBERTAD !!


Juan Ochoa y Betancourt (Avilés, Asturias, 4 de noviembre de 1864 - Oviedo, 26 de abril de 1899) fue un escritor y crítico literario español, dentro del Realismo del siglo XIX.

Hijo de Fernando de Ochoa, que fue alcalde de Avilés, y la cubana María Cleofé de Betancourt, fue el último de cuatro hermanos. En Avilés vivió hasta los diez años, pues en 1874 se traslada a Oviedo con su familia. Cuando contaba quince perdió a su padre.

Cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Oviedo, pero nunca ejerció. En su lugar se dedicó a escribir en los periódicos, su verdadera pasión. En 1884, con veinte años, empezará a colaborar en periódicos locales: ”La Democracia Asturiana”, “El Carbayón”, “El Liberal Asturiano”, “La Sinceridad”, ”Revista de Asturias“ y “Ecos del Nalón”. Un año más tarde se ganará una sección propia en el periódico “La Libertad”, titulada “Parola”, donde escribe bajo el pseudónimo de Miquis. En “El Eco de Asturias” también tiene sección, “Habladurías”. Llega a colaborar en “El Atlántico”, periódico santanderino.

A la vez que escribe para la prensa, se dedica a la creación literaria. Hace amistad con Clarín, que le aconseja irse a Madrid en busca del triunfo.
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LIBERTAD
Sombra, sombra de hojas verdes, era lo que buscaban ambos en las horas de amor. ¡Cuánto
cantaron juntos aquella primavera! ¡Cuántas ternezas se dijeron los dos en la copa de un árbol agitado por la brisa!... Si ella, mirando al cielo, se arrobaba en su canción, oíala él atento, ladeando un poco la cabecita temblorosa; y cuando morían las últimas notas en el pico de su compañera, sacudíase las plumas, se erguía con gentileza para entonar también la trova del amor ardiente. ¡Jilguero de más inspiración y más fachenda! Era grande y tenía el plumaje limpio y hermoso. Había pasado en la vida sus aventuras serias y graves. Una mañana , cayó preso en liga; vió correr hacia él a cuatro chiquillos locos de gozo; hizo entonces un esfuerzo supremo, y escapó... Dejar dejó allí plumas, compró con sangre la libertad de sus alas; pero logró huir a la espesura, a los rincones, a los rincones sombríos de follage, al hogar de hojas de sus sueños... Aquel día voló mucho, bebió con ansia la dicha de ser libre, y a una araña que sorprendió acechando a una mosca, matola de un picotazo...
¡ A cuántos afanes les llevó el amor, a él y a su compañera! Gracias que esta, salió la pájara más hacendosa y sabihonda que se había visto. Estaba en todo. Hilos, briznas, tamo, cerdas, todo se lo colgaba del pico, y lo traía a "casa" para hacer el nido; y mientras su amante enmarañaba y tejía aquellos materiales, ella le contemplaba enamorada, charloteando en voz baja y dando también sus planes... Así elevaron a su amor un templo, y en él se unieron felices, escondidos en la fronda misteriosa, teniendo como regalo de bodas azul de cielo, rayos de sol, caricias de la brisa, música de hojas...
Tuvieron hijos; cuatro diablejos tragones, que todos se volvían boca en cuanto olían comida; había que cebarlos; había que salír y buscar alimentos. En esto se pasaban el día. El calor de sus plumas, el pan de sus bocas; todo era poco para aquellos golosos. ¡Que fatigas!
Cuando los pequeñuelos comenzaron a hechar pluma y alegraban el árbol con su charla, salieron un día los padres en busca de alimento. Volvieron al obscurecer... No hallaron en el árbol nido ni pájaros; no tubieron a quien cebar. Entonces comenzó el amor triste, el cantar llorando, la queja inmensa que se perdió en la soledad de la arboleda. Cuando cerró la noche, velaron juntos su dolor, sobre las ruinas del nido; no pegaron los ojos, y a la luz del alba de aquél día no la saludaron cantando...
El amor les guió. Volaron, volaron, buscando aquí y acullá. No se sabe quién les mostró el paradero de sus hijos..., pero dieron con ellos. En una casa, no muy lejos del bosque, había un balcón, de cuyas rejas pendía una jaula; allí estaban los cuatro tragones encerrados entre alambres, presos por un rapaz, un diablejo tirano, un saltabardales, que había dicho a un compañero de correrías:
- Ya verás como vienen los padres a cebarlos...
- Vendrán; pero hay que tener ojo; dicen que los jilgueros envenenan a sus hijos, cuando ven que es imposible libertarlos... - le replicó el otro tirano.
Si; los padres vinieron; llegaron angustiados; posáronse primero en las ramas de un árbol cercano a la casa para estudiar la situación, y, cuando se creyeron solos y seguros, lanzáronse como locos encima de la jaula, erizadas las plumas, los ojos ardiendo... El padre aferró el pico a una reja,, intentando arrancarla; la madre besaba a los hijuelos y extendía las alas como para abrazarlos y darles calor... ¡Malditas rejas!
Convencidos de su impotencia, instaláronse ambos en un árbol próximo a la cárcel; desde él veían a los cuatro tragones; desde él volaban todos los días a llevarles de comer, con lo cual el chiquillo tirano estaba satisfecho; crecían los pájaros que era un primor; de día en día, se les notaba crecer las plumas de las alas, ¡de unas alas que crecían aprisionadas!... Días y más días se pasaron padres e hijos contemplándose; aquellos en el árbol, estos en la cárcel...
Moría la primavera. Una mañana, ambos jilgueros partieron del árbol como saetas. Nadie los vio en todo el día; pero volvieron al ponerse el sol, y cebaron como siempre a los golosos; luego volaron a las ramas de su hogar, y en él pasaron la noche silenciosos, encogidos, inmóviles, hasta que apuntó la aurora. Tampoco aquél día la saludaron cantando...
Cuando ya el sol alegraba los campos, apareció en el balcón el chiquillo carcelero a visitar los presos. Estaban muertos, y velaban sus cadáveres, desde el árbol cercano, dos jilgueros, inmóviles, silenciosos, que parecían dos puntos negros.
Recordó entonces el niño lo que le había dicho su amigo. ¿Sería verdad lo del veneno?
Y miró a los dos pájaros. Estos, entonces, entonaron no sé qué himno de libertad sagrada o terrible protesta; revolotearon un momento contemplando los cadáveres de sus hijos, alejáronse luego, y el rapaz los vió perderse para siempre en el espacio azul. Iban cantando...

1 comentario:

  1. Me he alegrado mucho de ver este artículo dedicado a Juan Ochoa -soy su sobrina-bisnieta-. Te enlazo en mi blog, donde tengo colgada su biografía y otro cuento suyo. Y, por cierto, te felicito por el tuyo. Llegué buscando mitología asturiana y me encontré con mucho más.

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