lunes, 22 de noviembre de 2010

SISTEMAS DE PESCA EN EL CANTÁBRICO


Tras un exhaustivo trabajo de campo iniciado en 1895 por las costas cantábricas y “apreciando con toda la exactitud posible el uso de cada arte, el número y valor de los que existen, así como el de embarcaciones y hombres empleados”, Rodríguez Santamaría daba a conocer en 1911 una investigación que resulta una útil referencia y punto de partida para una visión comparativa
de las tres principales pesquerías del norte de España.
Al comparar el estado de las pesquerías asturianas con las de las provincias vecinas, la Junta Provincial de Pesca sostenía que las locales eran las que mayor retraso técnico acumulaban.

Solo la “cosecha” de sardina podía considerarse pesquería “de oficio”, y ello únicamente en puertos señalados, donde la demanda de la industria salazonera garantizaba a los pescadores un ejercicio estable de la profesión. Pero, aun tratándose de la pesquería más importante entre las que faenaban con artes de paño de red, su situación no admitía comparación con las vascas y montañesas, porque ya por estas fechas empleaban “redes especiales” de cerco, un arte “sumamente seguro y productivo, de más potencia que los nuestros y de mayor rendimiento”.
En nuestra provincia seguían utilizándose los abareques o sardinales, los xeitos y las traíñas. Estas últimas, conocidas desde el siglo anterior, combinaban el cerco y el arrastre desde tierra, pero, pese a su mayor potencia extractiva, requerían el concurso de más brazos que las otras redes, además de restringir su uso a las postas o playas de fondos aplacerados y limpios.

De los restantes sistemas de enmalle con paños de fondo y deriva, el más notable era el de la pesca de merluza con volantas, cuyas capturas ordinariamente eran destinadas a su comercialización como frescales en los mercados castellanos. De las pesquerías con aparejos de anzuelo, destacaban las de merluza y besugo con palangres, y las de bonito a la cacea. Sus capturas se destinaban bien a la venta en fresco, bien a las bodegas de escabeche o a las fábricas de conservas. En cualquier caso, se trataba de sistemas de pesca de altura que requerían el empleo de lanchas mayores o de altura y la formación de compañías. Por tanto, del espectro de la pesca familiar de subsistencia, cuyo ámbito se centraba en la explotación de las especies de roca con artes de red —betas, trasmallos, bogueras, rascos— o mediante líneas y cordeles,
además de las actividades de marisqueo y de recolección de algas.
Los ingresos obtenidos se completaban con los provenientes de su contratación estacional para las campañas de cada costera. A finales de siglo, la condición de la “clase pescadora”, se consideraba como “la más mísera de entre los obreros”, lo que explicaría la pérdida de empleos que el sector registraba ante la oferta de trabajo en las actividades portuarias y mineras.

Aunque las artes de cerco con jareta fueron legalmente sancionadas en el Cantábrico en 1883 —real orden de 18 de agosto—, la difusión de boliches, traíñas y copos había comenzado diez años antes bajo la iniciativa de conserveros bretones como solución a la crisis sardinera que padecían sus costas. En Asturias, su presencia era habitual en los principales puertos
pesqueros, a los que venían a realizar compras masivas de sardinas que eran remesadas en fresco a los puertos franceses.

El copo, que se utilizaba para “cercar la pesca por sorpresa y en bandos”, presentaba notables ventajas frente a las artes de deriva: posibilidad de participar en varios ciclos pesqueros por día, mayor potencia extractiva y ahorro de cebo —se pescaba al mansío o a la manjúa, y a la toliñada.—
Las primeras solicitudes para pescar al cerco procedieron de los fabricantes de conservas de Gijón, Candás y Luanco, justificándolas en que “con los aparejos que hoy se emplean apenas se coge la suficiente sardina para atender al consumo de la población, quedando desabastecidas la mayor parte de las fábricas”. La autorización de las nuevas artes suscitó la oposición de los gremios y de los pescadores de xeitos y sardinales con el argumento de que, “siendo esta clase de pocos medios para competir con las empresas por el aumento de costo de las artes y embarcaciones, llegará el caso de tener que abandonar su explotación por la disminución de precio a que podrá venderse al sardina en los mercados por su abundancia”.

Pese a que la oposición al copo acabó en motines violentos, a partir de 1880 se autorizó su uso en las costas asturianas, haciéndolo extensivo desde 1889 a los boliches. Eran éstos cercos de mayor potencia, que acabaron por imponerse al copo por su menor coste y por requerir de menos brazos.

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