El pavimento no es un prodigio de calidad ni tiene idea de siquiera del cemento o del asfalto. Pura tierra batida. Y un alumbrado que se limita a muy pocos y muy tristes faroles de gas, de los que en 1.881 sólo existían cuatro para todo el bulevar. Reminiscencias. Reminiscencias de las “Balbonas” y de las “Ramoniegas”, aquellas mujeres valerosas y luchadoras que, desde los vecinos concejos de Langreo y de Siero, venían cabalgando en humildes rucios en busca del sabroso pescado del Cantábrico, y que solían descansar de la fatiga de la marcha al llegar a la Puerta de la Villa y proximidades. Desde allí, contemplando la longitud de la calle, alguna de ellas contesta a la que pregunta: “¿Dónde está el cay?”, lo de “Allí, al terminar esta calle toda corrida…”. Y en efecto, al final de esta calle toda corrida estarán las lanchas marineras, con el producto plateado balanceándose sobre el mar.
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Todo pasa todo se transforma. Aquél empedrado engarzado en la tierra pisada ya había desaparecido. Arrancados, pues, los cantos por los que se deslizaban las aguas y los carros, quedó la calzada convertida en un barrizal cuando llovía, y en arenal seco y polvoriento los días de sol y sequía. Todo esto lo solucionó el asfalto. Y al cambiarse el alumbrado por el de gas. Y tras derribado el Arco del Infante, cerca de allí, al final del trazado viario, sólo quedan casas modestas, tiendas de ultramarinos y la popular Confitería de la Casilda, cuyos pasteles endulzaban la vida de los gijoneses Ahora, casi recién iniciado el siglo, se pone a la venta en todas las librerías de Gijón una magnífica colección de tarjetas postales de las principales calles, paseos, monumentos, edificios públicos… La colección ha sido editada en Alemania, a todo lujo, por cuenta de Miguel Palacios. Ahí está EL Café Colón. Recorren la calle berlinas, cestas, landós. La diligencia de Antonio Lavandera sale para Ribadesella y el precio de tan largo viaje es de siete pesetas y media. También aparecen los coches de punto, coches de punto como el de Juan Somonte, frente a La Peña; el de Máximo Sánchez, frente al comercio de Manuel Menéndez, y otro en la esquina del Carmen. La carrera cuesta una peseta y el traslado a las aldeas vecinas se contrata a dos pesetas la hora.
Aledaños del Café Colón, a la izquierda, aquel viejo reloj que recogió, minuto a minuto, los latidos de una época. Señoras con quita soles, carros, niñas y niños con sus correspondientes pamelas. El reloj pauta las horas, encaramado en su columna de hierro. Proliferan las gentes en las cercanías del Café Colón. Hay vendedores para todos los gustos. Ya por entonces, como quién no quiere la cosa, se llama la atención a los munícipes por la proliferación de organillos callejeros tocando a diario y a todas horas, pues se hacen insoportables cuando se estacionan junto a las oficinas y comercios. Hay quien pide suprimirlos, como, al parecer, se ha hecho en Madrid. Y el señor Alcalde, muy en lo suyo, dirige al inspector interino de la Guardia Municipal una comunicación manifestando que, en virtud de las quejas recibidas, ha acordado prohibir la circulación de pianos de manubrio – organillos – por las calles de esta villa, ínterin sus dueños no se provean del permiso necesario por la Alcaldía.
Aledaños del Café Colón, a la izquierda, aquel viejo reloj que recogió, minuto a minuto, los latidos de una época. Señoras con quita soles, carros, niñas y niños con sus correspondientes pamelas. El reloj pauta las horas, encaramado en su columna de hierro. Proliferan las gentes en las cercanías del Café Colón. Hay vendedores para todos los gustos. Ya por entonces, como quién no quiere la cosa, se llama la atención a los munícipes por la proliferación de organillos callejeros tocando a diario y a todas horas, pues se hacen insoportables cuando se estacionan junto a las oficinas y comercios. Hay quien pide suprimirlos, como, al parecer, se ha hecho en Madrid. Y el señor Alcalde, muy en lo suyo, dirige al inspector interino de la Guardia Municipal una comunicación manifestando que, en virtud de las quejas recibidas, ha acordado prohibir la circulación de pianos de manubrio – organillos – por las calles de esta villa, ínterin sus dueños no se provean del permiso necesario por la Alcaldía.
También, sugeridor, el carrito de la castañera de turno que, por el momento, no tiene
competencia, aunque entre ellas se llevasen a matar. Cada una tiene su grito de guerra: ¡Ay que castañes más riques, allí les podres – por las de la competencia – aquí les sanes! Un suma y sigue en que se entremezclan nombres y apellidos. Y unas actividades comerciales que lo abarcan casi todo.
( Crónica de la calle Corrida-Patricio Adúriz)
( Crónica de la calle Corrida-Patricio Adúriz)
Una calle emblemática, aunque en los últimos años, al desaparecer muchos establecimientos de solera y los añorados cines, ha perdido bastante vida, ahora para mucha gente es simplemente una "calle de paso".
ResponderEliminarSaludos.
No queda más remedio que adaptarse a los nuevos tiempos. La calle Corrida no volverá nunca a ser lo que fue... Saludos a los dos.
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