Santa Eulalia de Abamia
Un castañedo más que centenario precede el puente sobre el Güeña y la pista que sube hasta la antigua y solitaria iglesia.
Nos encontramos en un inmemorial lugar sagrado centro de cultos precristianos. Cerca del frondoso y milenario ‘texu’ se localizó un dolmen cuya cobertera graba un antropomorfo.
En conmemoración de una victoria sobre Munuza ‘in loco Olaliense’ Pelayo hizo de Santa Eulalia su basílica.
Poseedora de los títulos de primera iglesia monástica de la monarquía asturiana y de primer panteón real, sucesivas reformas y casi un siglo de abandono desfiguraron poco a poco su primitiva fábrica, y compusieron, en una suma de cambios y añadidos, esta misterio románico de transición al gótico.
La Portada del Infierno esculpe escenas del Juicio Final, de la Resurrección y de la condenación: un dragón, muertos saliendo de los féretros, pecadores dentro de calderas puestas al fuego, cabeza pendiendo de una soga, un alma arrastrada hacia el infierno por los cabellos.
El pueblo vió en esta última representación al obispo visigodo don Oppas, rival de don Rodrigo y aliado de los musulmanes.
El interior apenas descubre, iluminados por la ventana ojival de arcos geminados y rosa sextapétala de la cabecera, los ricos frescos de otrora. También quedan frescos en la sacristía, además de un lar y una chimenea.
Pelayo y Gaudiosa reposaron aquí hasta que Alfonso X el Sabio, mediado el siglo XIII, ordenó trasladar los restos regios a la gruta de Covadonga. Quedan dos amplios arcosolios. En uno, el mudo sarcófago talla una significativa espada; el otro inscribe «Hic Iacet Gaudiosa uxor (esposa) Pelagii».
Hay cerca de los pies de la nave otro sepulcro más reciente y entrañable, el de Roberto Frassinelli, trasladado en 1977 desde el contiguo y lovecraftiano cementerio contiguo de la eternidad y el olvido.
La cueva del cuélebre-
En un prado de los alrededores, abre un saliente rocoso esta cueva legendaria donde Frassinelli encontró diversos materiales prehistóricos y que conserva, transformada en gabinete acogedor y natural, la mesa de piedra donde el alemán solía trabajar en sus escritos y dibujos.
La cueva tuvo en tiempos pretéritos, y no hay por qué dudarlo, un inquilino enorme y voraz: un cuélebre, asturiano dragón alado y serpentiforme. El Cuélebre de Abamia raptaba doncellas por los alrededores y luego, sin ningún reparo, las devoraba.
Pero los oscuros mitos, lejos de alejar a Roberto Frassinelli de la cueva, lo sedujeron y allí, “como acogedor y natural gabinete”, el alemán estableció su estudio.
LEYENDAS DE CUÉLEBRES
Nos encontramos en un inmemorial lugar sagrado centro de cultos precristianos. Cerca del frondoso y milenario ‘texu’ se localizó un dolmen cuya cobertera graba un antropomorfo.
En conmemoración de una victoria sobre Munuza ‘in loco Olaliense’ Pelayo hizo de Santa Eulalia su basílica.
Poseedora de los títulos de primera iglesia monástica de la monarquía asturiana y de primer panteón real, sucesivas reformas y casi un siglo de abandono desfiguraron poco a poco su primitiva fábrica, y compusieron, en una suma de cambios y añadidos, esta misterio románico de transición al gótico.
La Portada del Infierno esculpe escenas del Juicio Final, de la Resurrección y de la condenación: un dragón, muertos saliendo de los féretros, pecadores dentro de calderas puestas al fuego, cabeza pendiendo de una soga, un alma arrastrada hacia el infierno por los cabellos.
El pueblo vió en esta última representación al obispo visigodo don Oppas, rival de don Rodrigo y aliado de los musulmanes.
El interior apenas descubre, iluminados por la ventana ojival de arcos geminados y rosa sextapétala de la cabecera, los ricos frescos de otrora. También quedan frescos en la sacristía, además de un lar y una chimenea.
Pelayo y Gaudiosa reposaron aquí hasta que Alfonso X el Sabio, mediado el siglo XIII, ordenó trasladar los restos regios a la gruta de Covadonga. Quedan dos amplios arcosolios. En uno, el mudo sarcófago talla una significativa espada; el otro inscribe «Hic Iacet Gaudiosa uxor (esposa) Pelagii».
Hay cerca de los pies de la nave otro sepulcro más reciente y entrañable, el de Roberto Frassinelli, trasladado en 1977 desde el contiguo y lovecraftiano cementerio contiguo de la eternidad y el olvido.
La cueva del cuélebre-
En un prado de los alrededores, abre un saliente rocoso esta cueva legendaria donde Frassinelli encontró diversos materiales prehistóricos y que conserva, transformada en gabinete acogedor y natural, la mesa de piedra donde el alemán solía trabajar en sus escritos y dibujos.
La cueva tuvo en tiempos pretéritos, y no hay por qué dudarlo, un inquilino enorme y voraz: un cuélebre, asturiano dragón alado y serpentiforme. El Cuélebre de Abamia raptaba doncellas por los alrededores y luego, sin ningún reparo, las devoraba.
Pero los oscuros mitos, lejos de alejar a Roberto Frassinelli de la cueva, lo sedujeron y allí, “como acogedor y natural gabinete”, el alemán estableció su estudio.
LEYENDAS DE CUÉLEBRES
En la Fuente de la Vega, en Caravia, habitaba un cuélebre tan grande como el timón del arado. Junto al castillo de S. Martín (Soto del Barco) en el llamado cañu del charcu, en las proximidades de la desembocadura del Nalón, hubo un cuélebre con grandes alas al que un día arrastró la corriente. En Jenoyal, cerca del pueblo del Carmen (Ribadesella) vivía otro cuélebre comía rapazos, en Buelnes. Distintas representaciones de este animal mitológico en el arte asturiano pueden verse en la sillería del coro de la Catedral de Oviedo, en la iglesia de Santa María de Celón ( Allande ), en la iglesia de San Emeterio de Sietes ( villaviciosa ), así como en los escudos de armas del palacio de Mon ( San Martín de Oscos ) y del linaje de Labra ( Cangas de Onís ) y en algunos hórreos y paneras de estilo Villaviciosa, del siglo XVI.
"El cuélebre, tal y como ha llegado hasta nuestros días, es, por lo general, una serpiente alada, que vive en los bosques, en las simas, en las cuevas y en las fuentes y demás zonas húmedas, como los recodos de los ríos y los arroyos. Su aliento es fétido y venenoso, y su espeluznante silbido se percibe a gran distancia. Tiene como misión, casi siempre, custodiar fabulosos tesoros ―que no tienen por qué ser únicamente de tipo material― o personas sometidas a encantamiento ―la mayoría de las veces, princesas de belleza arrebatadora―. Por este motivo, no dudan en atemorizar, atacar y devorar a aquellos individuos o animales que se acercan a sus dominios, con frecuencia atraídos por los lastimeros cánticos de sus prisioneras o por la codicia que suscita su tesoro. Los cuélebres son, por tanto, terriblemente dañinos para las personas que habitan en el entorno de sus madrigueras, que, conociendo su carácter, suelen alimentarlos a base de bien para que el animal no los devore o para que no saquee los cementerios, en busca de cadáveres. Para colmo, el cuélebre crece de manera incesante, y, a medida que se va haciendo viejo, las escamas de su piel se vuelven más grandes y más duras, hasta el punto de que rechazan todo tipo de proyectiles; entonces, la única manera de acabar con semejante fauna es herirles en los ojos o en la garganta, que son sus únicas partes vulnerables. Porque el cuélebre no se muere de viejo; aunque, durante la noche de San Juan, pierde sus poderes y queda como aletargado. Entonces es cuando sus hermosas prisioneras ―que en Asturias se denominan Ayalgas o Atalayas― pueden huir, llevándose, si lo desean, sus fabulosos tesoros. Debido a su crecimiento continuo, llega un momento en que las dimensiones del cuélebre son tan considerables que su guarida no puede contenerlo. Cuando esto ocurre, no le queda más remedio que partir hacia la Mar Cuajada con su tesoro, de ahí que el fondo de este mar almacene infinidad de riquezas: montañas y montañas ―submarinas― de tesoros, que, sin embargo, resultan inalcanzables para los humanos, debido al número ingente de estas criaturas que nadan alrededor de ellos. A veces, la envergadura del cuélebre es tan grande que incluso le cuesta volar, de ahí que a más de uno las alas se le hayan quedado enganchadas entre los árboles, provocándole la muerte por inanición, en medio de agónicos y espantosos bramidos.
En Asturias son famosos, entre otros, los cuélebres de Brañaseca (Cudillero), Perllunes (Somiedo), Bisecas (Cangas del Narcea) y Salinas (Castrillón), así como el cuélebre del convento de Santo Domingo, en Oviedo, que moraba en una cueva adyacente e iba devorando uno a uno a los monjes, hasta que un día el fraile encargado de la cocina le dio a comer un pan relleno de alfileres y que le supuso la muerte".
(Colectivo Cultural “La Iguiada”).
"El cuélebre, tal y como ha llegado hasta nuestros días, es, por lo general, una serpiente alada, que vive en los bosques, en las simas, en las cuevas y en las fuentes y demás zonas húmedas, como los recodos de los ríos y los arroyos. Su aliento es fétido y venenoso, y su espeluznante silbido se percibe a gran distancia. Tiene como misión, casi siempre, custodiar fabulosos tesoros ―que no tienen por qué ser únicamente de tipo material― o personas sometidas a encantamiento ―la mayoría de las veces, princesas de belleza arrebatadora―. Por este motivo, no dudan en atemorizar, atacar y devorar a aquellos individuos o animales que se acercan a sus dominios, con frecuencia atraídos por los lastimeros cánticos de sus prisioneras o por la codicia que suscita su tesoro. Los cuélebres son, por tanto, terriblemente dañinos para las personas que habitan en el entorno de sus madrigueras, que, conociendo su carácter, suelen alimentarlos a base de bien para que el animal no los devore o para que no saquee los cementerios, en busca de cadáveres. Para colmo, el cuélebre crece de manera incesante, y, a medida que se va haciendo viejo, las escamas de su piel se vuelven más grandes y más duras, hasta el punto de que rechazan todo tipo de proyectiles; entonces, la única manera de acabar con semejante fauna es herirles en los ojos o en la garganta, que son sus únicas partes vulnerables. Porque el cuélebre no se muere de viejo; aunque, durante la noche de San Juan, pierde sus poderes y queda como aletargado. Entonces es cuando sus hermosas prisioneras ―que en Asturias se denominan Ayalgas o Atalayas― pueden huir, llevándose, si lo desean, sus fabulosos tesoros. Debido a su crecimiento continuo, llega un momento en que las dimensiones del cuélebre son tan considerables que su guarida no puede contenerlo. Cuando esto ocurre, no le queda más remedio que partir hacia la Mar Cuajada con su tesoro, de ahí que el fondo de este mar almacene infinidad de riquezas: montañas y montañas ―submarinas― de tesoros, que, sin embargo, resultan inalcanzables para los humanos, debido al número ingente de estas criaturas que nadan alrededor de ellos. A veces, la envergadura del cuélebre es tan grande que incluso le cuesta volar, de ahí que a más de uno las alas se le hayan quedado enganchadas entre los árboles, provocándole la muerte por inanición, en medio de agónicos y espantosos bramidos.
En Asturias son famosos, entre otros, los cuélebres de Brañaseca (Cudillero), Perllunes (Somiedo), Bisecas (Cangas del Narcea) y Salinas (Castrillón), así como el cuélebre del convento de Santo Domingo, en Oviedo, que moraba en una cueva adyacente e iba devorando uno a uno a los monjes, hasta que un día el fraile encargado de la cocina le dio a comer un pan relleno de alfileres y que le supuso la muerte".
(Colectivo Cultural “La Iguiada”).
En Asturias, el cuélebre ha dejado numerosas leyendas y algunos rastros en la toponimia. Así, La Cueva del Cuélebre, en Noriega ( Ribadesella ); las Cuevas del Cuélebre, en Mestas de Con ( Cangas de Onís ), el Pozo del Cuélebre, en Cuerres ( Cangas de Onís ), la Fuente'l Cuélebre, en Intriago ( Cangas de Onís ), la Ramada del Cuélebre, en Sobrefoz ( Ponga ) y en Pandefresnu ( Caso ); la Peña'l Cuélebre, en Miera ( Salas ) o la braña de Valdecuélebre ( Somiedo ). Entre los relatos mitológicos, cabe destacar la leyenda del culebrón del convento de Santo Domingo, en Oviedo, que habitaba en una cueva detrás del convento e iba devorando los frailes uno a uno, hasta que un fraile cocinero le dio a comer un pan relleno de alfileres que le ocasionó la muerte. Similares a ésta, se cuentan otras leyendas tradicionales como la del cuélebre de Brañaseca ( Cudillero ), al que los vecinos tenían que alimentar con borona y pan de centeno para que no devorase sus ganados y al que finalmente dieron muerte arrojándole una piedra calentada al rojo vivo, al grito de : ¡Abre la boca, culebrón, que ahí te va el boroñón ¡. Otros cuélebres asturianos fueron muertos por los vecinos de Perllunes ( Somiedo ), mediante una rueda de carro al rojo vivo; por los vecinos de Biescas ( Calgas del Narcea ), con una rueda de carro al rojo vivo; mientras al cuélebre que habitaba en una cueva de Salinas ( Castrillón ) se le intentó dar muerte de la misma forma, pero éste se arrojó al mar y enfrió la piedra que había tragado. También se cuentan numerosas leyendas acerca de cuélebres que salieron volando en dirección al mar, pero quedaron enganchados con sus enormes alas entre los árboles, donde murieron de inanición. Así, por ejemplo, los cuélebres que habitaban en sendas cuevas de Casazorrina y Figares, en el concejo de Salas.
(EL COMERCIO DIGITAL)
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